Capote Bermúdez, el primero. En estas épocas de boxeo de los barrios, de tremenda repercusión
popular, es bueno recordar al primer representante de El Tribuno: “Capote”
Bermúdez. El popular y simpático “Capote” era el cadete de la redacción y
al anunciar su entrevero dentro de las doce cuerdas, en seguida brotaron voces
de aliento de todos lados. Pronto surgieron los consejos: “Capote, hacelo quedá
bien a todo nosotro”, “vo lo só el crédito il’diario”, y cuantos pro más.
Llegado el momento, la victoria le abrió un panorama insospechado, y el “bien
Capote”, retumbó por todos los rincones del diario. Capote proseguía siendo el
chico dócil y bien educado, pese al éxito bajo las luces del ring. Mientras el
campeonato cobraba un descomunal impulso por la tremenda puja barrial por ver
ganar a sus “pollos”, Capote proseguía su camino exitoso eliminando
contrincantes a fuerza de sus poderosos impactos con los que dormía a los
pobres contrincantes. Contaba con nuestra complicidad en Deportes, donde lo
hacíamos madrugar subiendo el San Bernardo corriendo, hachando gruesos troncos
de quebracho y muchas labores más. Desde el borde del ring surgió, desde el
segundo éxito, un hincha al que le sobraba garganta y entusiasmo: “Capota
Bermuda, changuito i’mi vida, por fin Viya La Rosa lo va tenelo su Monzón, su
campeón mundial, changuito ídolo mío”, le decía entre otras loas, alentándolo
fervientemente su vecino “rosista” desde el borde del ring. “Ídolo mío, te lo
vua seguilo a toda parte donde lo boxié”.
Cada
presentación de Capote, el pobre hincha hacía “capota” con sus elogios, los
mismos que cosechaba en los talleres del diario: “Bien Capote, uté lo tiene que
seguilo haciéndolo dormí mataco”, “tení que haceseló hociquíalo a lo negro
uñudo eso”. El viejito proseguía loando a su pupilo, como siempre, pero se
había puesto más cargoso y le gritó eufórico cuando Capote subía al ring:
“Capota i’mi vida, mi campión il’mundo, cuando uté l’eponga en el Madison
i’Nueva Yor, se lo vua pedilo que me lo yeve aunque lo sea dentro i’la valija
p’alentalo, yo lo soy su suerte”. El quinto combate de Capote, ya en los
umbrales de la ronda final, el “pollo” nos desaforó a todos, y al hincha
rosista en mayor proporción quien consideraba que “el Luna Par loé un quioco pa
uté”. Capote se retiró temprano del diario recibiendo el apoyo de toda la
muchachada compañera de él con consejos: “Uté, duro a la cocina”, “tumbe
siempre Capote”, “motreseló cruel y catigueló sin piedá a l’uña ese”, “hagaseló
mordelo la cuerta di’un boyo”. Y todos sabemos que el hombre propone y el rival…
dispone. “El boxeo loé el arte i’calzá y que no lo “calcen” a uno…”, repetía
siempre el gran Urraca. Lo cierto es que esa noche el pobre Capote no las tenía
todas consigo. Le había tocado de rival un negrito quiscudo, no solo hábil,
sino veloz y escurridizo. La tribuna, como siempre, en seguida se dio vuelta
como la Virginia en elecciones y alentaba al negrito gritándole “pegue y salga”,
quien cumplía al pie de la letra el mandato de la “popu”. Capote permanecía
tieso, parado con firmeza y en pose de noqueador, solo esperaba el momento de
asestar uno de sus temibles impactos, pero el mismo no llegaba. El negrito colocaba
varios golpes y se hacía humo. Y Capote seguía sin encontrarlo. “Capote,
pediseló una foto al negro”, resumía la realidad de la situación sobre el ring.
Al terminar el segundo round, las cosas pintaban muy fiera para Capote y para
su hinchada seguidora, peor. Hasta que la luz llegó milagrosa y Capote dijo
“éta loé la mía”. La cabeza del negrito se le puso a tiro Capote al hasta
entonces gran favorito, y hacia la pensadora de su rival partió letal y asesina
su izquierda en cross. El que se dobló al recibir el tremendo impacto, fue el
árbitro. El negrito se había “borrado” y el pobre juez, para no erigirse en
“carne de la tribuna”, haciendo promesas a la finada Viola logró sobrevivir a
duras penas, hasta que sonó la campana. Bolsa de hielo en la zona hepática y el
descanso se extendió a dos minutos. Al pobre negro que oficiaba de “tercer
hombre” en el ring, le habían tocado el “Talón de Aquiles” que en la jerga
popular no es otra cosa que su “maltratado
hígado”. En el tercer y último asalto la tribuna festejaba y le gritaba “che
árbitro, cuidateló il’Capote”. Las ambiciones mundialistas del popular Capote
se fueron en el último asalto y con ello las ambiciones neoyorquinas de su más
tenaz seguidor. Capote no regresó más al diario y prefirió el oficio de cartero
para “encontrarlo en la calle al negrito y ajusticiarlo”, después del papelón
que lo hizo vivir esa noche aciaga para él en el recordado Salta Club. (Dibujo: “El golpe de Capote que nunca llegó”, de mi nieto Adrián
Rojas Vitry, de siete años)
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