Pugilistas “made in Tribuno”
¿Se acuerdan del noqueador “Capote” Bermúdez, o “Capota Bermuda”
para su gran seguidor? Bien, pero Capote no fue el único representante de El
Tribuno, en el Campeonato de
Boxeo de los Barrios, que dio bastante que hablar en su época. Por los años
80 apareció otro pollo quien, con su decisión, volvió a calentar el entusiasmo.
Y venía de los talleres del diario, reducto impregnado de rodillos y tinta,
feudo del gordito Carmelo Sarapura (+). Para empezar, de entrada
nomás, lo bautizaron de “locomotora”,
no importa si a leña, petróleo o diesel, lo mismo iba a resultar incontenible.
El “locomotora” era más morrudo que “Capote” y debió aterrizar entre los
medianos. En seguida todos los talleristas y vecinos al sector, actuaron
corporativamente. Formaron una comisión, designaron responsables y “utede,
que lo son i’deporte, lo tienen que conseguilo pilcha pal chango. No lo podimo
mándalo al ring con el mameluco sucio i’grasa que lo tiene el mataco”.
La historia continuó su curso. El gordito Carmelo
Sarapura había sido designado
entrenador de “Locomotora”.
Los días corrían y el entusiasmo no cedía: “Carmelo, ¿cómo lo anda el poyo?”,
“Carmelito, etrenalo bien al chango, pa que lo yegue a punto, ¿qué no?”; “mirá
que lo tenimo a Julio Vila, en la
“Capi”, paque l’abra la puerta il’Luna Park”. La famosa comisión se había
olvidado de formar un organismo de control, un centro coordinador, de manera
que los esfuerzos andaban a la deriva. Un buen día, de esos aciagos para
algunos, reventó la novedad. Manolo
Eguizabal, el cantinero y “batidor”
de cócteles, se presentó una tarde a deportes con la alcahuetería, vocineando:
“Ché chango, como lo va selo boxeador
ese Locomotora, si lo come como desocupao toda la noche”. Y como decía el Centurión, el “¡cáspita!” brotó otra vez alarmante. En seguida hubo llamado a
asamblea, el diario atrasó su salida como consecuencia del escándalo y sentado
sobre un rollo de papel, lo habían aposentado al gordo Carmelo, el entrenador
de “locomotora”. Todos querían hablar a la vez, todos tenían algo que decir,
acusar al gordo por haber destrozado los sueños de muchos; que los había
defraudado, engañado y cuantos sinónimos más; por otro lado la mejor pilcha
conseguida con los “mangazos” de Deportes. Después de agotado los argumentos
acusatorios, ¡por fin!, le dieron la palabra al acusado. “A no calentaseló, muchacho. Utede me loan ordenao ponelo a punto, ¿sí,
o no?; que lo yegue potente al ring, con fuerza pa noquealo a lo negro,
haceseló clava l’uña a lo mataco, ¿qué no?, ¿ah? Bueno, lo primero qui loi
hecho, loa sío aplicaseló el “tet i’Berhing”... ¿Queee?, ¿cómo lo decí gordito?, ¿tet i’qué?,
nosotro te lo mua dicho que l’entrení, no que tet...”, fue la respuesta del
azorado grupo. “No tengo la culpa, el chango lo andaba falto di’oya y por eso
li’yevao al bufé pa compensale la ausencia
i’víveres il’coleto. ¿Ah, ah?,
¿que lo dicen ahora?, claro se lo cayan ¿qué no?, total el que lo garpaba l’era
yo, ¿qué no?”, dijo agrandado Carmelo. “Como hacimo ahora si al poyo loa dejao
gordo como “perro di´hotel”, como “gato i’modista”, ahora lo va tenelo que
pelialo con Bonavena el uña por el peso que lo tiene”. El gordo Carmelo resultó despedido del cargo, por haber entrenado por
la boca al locomotora, que para el caso había resultado un pupilo que no
necesitaba mucho empuje para enfrentarse a las milanesas completas con cinco
caballos encima, mientras el ring se alejaba de la escena.
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