domingo, 25 de marzo de 2012


Pugilistas “made in Tribuno”

  ¿Se acuerdan del noqueador “CapoteBermúdez, o “Capota Bermuda” para su gran seguidor? Bien, pero Capote no fue el único representante de El Tribuno, en el Campeonato de Boxeo de los Barrios, que dio bastante que hablar en su época. Por los años 80 apareció otro pollo quien, con su decisión, volvió a calentar el entusiasmo. Y venía de los talleres del diario, reducto impregnado de rodillos y tinta, feudo del gordito Carmelo Sarapura (+). Para empezar, de entrada nomás, lo bautizaron de “locomotora”, no importa si a leña, petróleo o diesel, lo mismo iba a resultar incontenible. El “locomotora” era más morrudo que “Capote” y debió aterrizar entre los medianos. En seguida todos los talleristas y vecinos al sector, actuaron corporativamente. Formaron una comisión, designaron responsables y utede, que lo son i’deporte, lo tienen que conseguilo pilcha pal chango. No lo podimo mándalo al ring con el mameluco sucio i’grasa que lo tiene el mataco”. La historia continuó su curso. El gordito Carmelo Sarapura había sido designado  entrenador de “Locomotora”. Los días corrían y el entusiasmo no cedía: “Carmelo, ¿cómo lo anda el poyo?”, “Carmelito, etrenalo bien al chango, pa que lo yegue a punto, ¿qué no?”; “mirá que lo tenimo a Julio Vila, en la “Capi”, paque l’abra la puerta il’Luna Park”. La famosa comisión se había olvidado de formar un organismo de control, un centro coordinador, de manera que los esfuerzos andaban a la deriva. Un buen día, de esos aciagos para algunos, reventó la novedad. Manolo Eguizabal, el cantinero y “batidor” de cócteles, se presentó una tarde a deportes con la alcahuetería, vocineando: “Ché chango, como lo va selo boxeador ese Locomotora, si lo come como desocupao toda la noche”. Y como decía el Centurión, el “¡cáspita!” brotó otra vez alarmante. En seguida hubo llamado a asamblea, el diario atrasó su salida como consecuencia del escándalo y sentado sobre un rollo de papel, lo habían aposentado al gordo Carmelo, el entrenador de “locomotora”. Todos querían hablar a la vez, todos tenían algo que decir, acusar al gordo por haber destrozado los sueños de muchos; que los había defraudado, engañado y cuantos sinónimos más; por otro lado la mejor pilcha conseguida con los “mangazos” de Deportes. Después de agotado los argumentos acusatorios, ¡por fin!, le dieron la palabra al acusado. “A no calentaseló, muchacho. Utede me loan ordenao ponelo a punto, ¿sí, o no?; que lo yegue potente al ring, con fuerza pa noquealo a lo negro, haceseló clava l’uña a lo mataco, ¿qué no?, ¿ah? Bueno, lo primero qui loi hecho, loa sío aplicaseló el “tet i’Berhing”...  ¿Queee?, ¿cómo lo decí gordito?, ¿tet i’qué?, nosotro te lo mua dicho que l’entrení, no que tet...”, fue la respuesta del azorado grupo. “No tengo la culpa, el chango lo andaba falto di’oya y por eso li’yevao al bufé pa compensale la ausencia  i’víveres  il’coleto. ¿Ah, ah?, ¿que lo dicen ahora?, claro se lo cayan ¿qué no?, total el que lo garpaba l’era yo, ¿qué no?”, dijo agrandado Carmelo. “Como hacimo ahora si al poyo loa dejao gordo como “perro di´hotel”, como “gato i’modista”, ahora lo va tenelo que pelialo con Bonavena el uña por el peso que lo tiene”. El gordo Carmelo resultó despedido del cargo, por haber entrenado por la boca al locomotora, que para el caso había resultado un pupilo que no necesitaba mucho empuje para enfrentarse a las milanesas completas con cinco caballos encima, mientras el ring se alejaba de la escena.

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