miércoles, 28 de diciembre de 2011

Leopoldo Mayorano


  Otro púgil que animó el comienzo de la temporada, conocido posteriormente como rival de José María “Mono” Gatica, en el debut de éste como profesional. Leopoldo Mayorano, de quien se trata, superó por puntos en diez vueltas al local Antonio Alfieri.

Salvador Zaccone


  Salvador Zaccone, porteño hijo de italianos, fue campeón argentino medio pesado en la década de 1940. En 1942, la Sociedad Sirio Libanesa organizaba festivales de boxeo en su sede actual. El sábado 24 de enero del 42 se enfrentaron Martínez Valero “Tigre de Alfara” (75,4) con Zaccone (78,6). Ganó el español “Tigre de Alfara” por abandono en el tercer asalto. La crónica decía: “Zaccone abandonó el ring en el tercer asalto. La Comisión Municipal de Boxeo le retuvo la bolsa y ordenó un nuevo combate con precios populares. El público reaccionó enfurecido, rompiendo sillas y otros elementos”. Lo curioso del caso es que hasta ese momento, Zaccone ganaba por puntos la pelea. Al sábado siguiente (31/01) en la revancha, Zaccone derrotó por puntos en diez asaltos a Martínez Valero. Árbitro: Antonio Alfieri. El sábado 27 de junio de 1942, en el Luna Park de calle Necochea, Salvador Zaccone, ex campeón argentino, le ganó por puntos en diez asaltos a Carlos Seregui y de consumo doméstico: Nicasio Germán Loayza GP5 a Ventura Gallardo. ¡Bingo!, el público se fue conforme con el espectáculo, sin romper nada.

El sábado 25 de julio del 42, Zaccone superó por puntos diez al tucumano Carlos Berta, su vencedor en Tucumán con “fallo localista” el sábado 18 de julio, una semana antes. El sábado 15 de agosto siguiente, el cordobés Amado Azar derrotó por puntos en diez vueltas a Zaccone y en el semifondo de aficionados, Germán Loayza GP5 a Argentino Aguiar. Después nada se supo de Salvatore Zaccone, mientras algunos “turquitos” lo recordarían no con simpatía por cierto: “borqué” gente “rombé” silla, “borqué”; “debué” nosotro gatá “beso” con “carbintero” que también arreglá “buerta” rota. “Dorquito” tené morí “boniendo” guita y “bolicía” no meté “breso” negro “bendenciero”.

Valentín Remis


  Valentín  Remis fue por muchos años boxeador aficionado, y de los buenos, pues era muy duro de vencer; también se rebuscaba mangos extras como masajista. En noviembre de 1946, le salvaron la vida, al ser rescatado de una isla del río Juramento que crecía cada vez más. La islita ya iba a desaparecer por el nivel de las aguas, pero los salvadores llegaron a tiempo, recogiendo a Remis y a dos compañeros de pesca. “El pugilista se encontraba en malas condiciones psíquicas, a raíz de la tremenda depresión que le produjo el suceso”, se comentó posteriormente. ¿Ya existía por esos años la hoy mentada y generalizada “depre” y el “estrés?

Tongo en Orán.

El boxeador porteño Carlos Rovira se hizo famoso en Salta, fuera del ring del Luna Park, por la recordada pelea con el oso de un circo. Ello provocó que el ingenio popular, que no  carece de límites, hiciera uso de la analogía. Cuidado con que un galán apareciese acompañando a una gordita por la galería Continental, donde se daba cita una batería de ociosos y atrevidos, los que sin piedad gritaban al novio “Rovira”. Y hablando de atrevidos, el propio Rovira era uno de ellos. Llegó a Orán con el cartel del hombre que había combatido con un oso -era el anzuelo de los “cabezas atadas” para que concurra más público- y muchos fueron “pescados”. Carlos Rovira debía cruzar guantes con otro afamado liviano, Gustavo Montenegro, pero a la hora de los “bifes”, los dos se hicieron los “osos”, y el tongo fue evidente. Ello ocurrió el 12 de mayo de 1956, día en que en Orán se produjo un escándalo de grandes proporciones. La Comisión Municipal de Orán, tras el informe del árbitro, suspendió a los dos tongueros, y se quedó con la recaudación. Cash, gracias, y vuelvan muchachos. Pero el drama era ese, el regresar a la capital, ya que ambos no tenían un “triste mango” ni siquiera para el mate cocido, lo más barato en menú. Cola en la municipalidad para ver si les “tiraban” unos pesitos para el pasaje y algo para “mordisquear”. A Montenegro y Rovira les faltaba el hábito para ser monjes, pues habían ayunado como estos en convento, y eso les daba derecho a parecerse a religiosos de claustro. En Orán también se “abusó” del “empatil” con estos dos trabajadores del ring, pero que se habían enfrentado de “mentirita”, aquella noche. Con posterioridad a este suceso boxístico, Orán fue también protagonista de acontecimientos similares, el de “embargar” las bolsas. Es cuestión de recorrer el espinel del pasado.

Curiosa Ordenanza Municipal: “derecho de aire”.


El Concejo Deliberante acaba de crear un nuevo impuesto, erigiéndose en dueño del “aire”, pues desde hoy en adelante, nadie podrá disparar un cohete, sin haber pagado antes 3 pesos como “Derecho de Aire”. Con todos estos impuestos han conseguido matar al boxeo, pues hoy en Salta no se puede realizar ningún espectáculo de esta índole debido a la carencia absoluta de aficionados y para pelear a beneficio exclusivo de la Comuna, es mejor quedarse en casa”. Otro “zarpazo” Municipal. En el Teatro Victoria sucedió una extraña y curiosa situación. Combatía esa noche del 20 de agosto de 1927 el ascendente Miguel Klyver y el negro Victoriano Suárez. Las autoridades de la promoción boxística resolvieron adecuar las cuerdas en la pelea estelar y en ese trajín se encontraban los operarios, cuando un  poste cedió y cayó sobre la humanidad del pobre negro que quedó nocaut. A duras penas se repuso del accidente, pero se había luxado el hombro izquierdo, y pese a esta adversa circunstancia resolvió iniciar el combate. Klyver no perdonó y en cuestión de segundos lo puso nuevamente nocaut. La Municipalidad (precursora de la AFIP) dispuso inmediatamente secuestrar la recaudación, quedándose con el 25% del monto total, y lo que le correspondía al negro Suárez por su actuación, donarlo al Hospital del Milagro. Generosidad comunal con la plata ajena. El negro Victoriano Suárez retornó a su rancho sin un mango, todo molido, y dos veces noqueado en cuestión de pocos minutos. (Nueva Época, sábado 20/08/1927)

martes, 27 de diciembre de 2011

Kid Chocolate perdió y encima lo “cascó” la madre

  Y esto de perder dos veces le sucedió por los años 50 al desaparecido y recordado Kid Chocolate, formador de varias generaciones de aficionados, los cuales le brindaron malas y buenas por igual en sus campañas. Resulta que Chocolate era cadete de la tienda Heredia y le gustaba el boxeo con locura. Caía al Luna Park de la calle Necochea  para quedar bajo las órdenes de otro grande ya desaparecido: Roberto Espeleta. Había pasado el tiempo, la bicicleta de reparto le brindaba a Chocolate el fondo aeróbico que complementaba con la gimnasia sueca del boxeo. Un buen día, el vasco Espeleta le dijo: “bueno, ya estás listo para combatir, para subir al ring en serio, ¿qué no?” Eso y decirle tenés bicicleta nueva y tuya, fue una sola cosa. Pero Chocolate tenía un gran problema: su madre. Como todo chango inquieto, la “había tanteado” a la vieja y ésta, contrariada, habló peste de “ese deporte loé sanguinario”, “lo deberían prohibilo”. ¿Que sabía de boxeo?, y alguito entendía la señora. Primer y gran obstáculo insalvable para las ambiciones boxísticas del aspirante. Esa tarde llegó consternado al gimnasio y en seguida todo el mundo sabía de la dificultad insalvable de Chocolate quien, en realidad, adoraba a su madre. Pero la solución la dio un colega un poco alejado del grupo, cuando le dijo “ponete otro nombre mataco, no te l’haguí problema, total tu vieja ni se lo va a enteralo siquiera”. Y Chocolate se puso en la tarea de rastrear un mote, mientras pedaleaba la bicicleta con el canasto lleno de pedidos de la tienda. No se sentía pantera, tigre, puma, salvaje, en fin, no quería escuchar las insinuaciones sinceras de sus colegas. No, él, Chocolate, se sentía más científico para el boxeo, no destructor. Por ahí escuchó en rueda de amigos, ajenos a él, en un bar en una mesa de personas mayores. Cada uno a su manera, desparramaba sobre la mesa sus conocimientos boxísticos. Y alguien ponderó a Kid Chocolate (Eligio Sardinas), el cubano de las grandes hazañas, un peso pluma excepcional, también motejado como “Cuban Bum Bum”, para meterle miedo a los nasos chatos de yankilandia.
  Y a Chocolate, le gustó el Kid Chocolate. Con ello creía haber salvado el gran obstáculo que significaba su progenitora. Comenzó a ser boxeador, ganando y perdiendo, porque del otro lado del “matacaje” originario, ninguno era “manco” tampoco. Él era feliz igual, estaba en lo que le gustaba. Pero el uso permanente de las situaciones, los combates seguidos, le fueron dando experiencia y eso, traducido al diario vivir, lo convirtió en “atrevidito”, no cuidando detalles importantes, como recibir visitas de amigos con narices torcidas. Escudado bajo el mote de Kid Chocolate se olvidó de que al Luna Park iban humanos bípedos como él, de todos los colores,  layas y “lengua”. Y alguien de ésta última casta encontró un día a la señora “mamá” del Chocolate y las felicitaciones por el hijo que tenía, llovieron a raudales. La pobre madre se imaginó que el hijo había sido ascendido a vendedor de tan importante tienda y que eso cambiaría su medio de vida. El informante, o “buchón”, ignorando la situación real, “largó” todo.
  Una noche, al Chocolate le tocaba como rival a otro “escondido”  o “incógnito” no originario, que portaba el mote de Kid Gavilán, en homenaje a otro púgil cubano, que nada decía, pero que a la hora de sopapear contendores, se mostraba “hijito” en la cuestión. Magullado por todos lados (por Gavilán) el pobre Chocolate, perdedor, se había sido recompuesto a duras penas en el rincón y cuando estuvo en condiciones de caminar, cruzó la soga y bajó la escalerita. No hizo más que poner la izquierda en el piso, cuando le cayó sobre su pobre lomo, cabeza, pantorrillas, uñas, callos, codos, nalgas, una lluvia de cachetazos y azotes por él conocidos, de origen “casero” por cierto, provenientes de su enfurecida madre que acompañaba a su accionar con duras reprimendas verbales. Si aquella “apenitas soy Arjona” quedó en proyecto unos años antes, esta señora hizo realidad el sueño de la “apenitas” Arjonita, aunque con su propio hijo y vecinos curiosos y comedidos.
  Lo mejor del caso, es que nadie podía contenerla y hasta se dio el lujo de “surtir” en su exaltación de lo lindo a muchos de los ociosos comedidos que nunca faltan. “Me loa calzao a mí la vieja”, “ni mi mama me loaconvidao como eta vieja”, “yo lo quería serenalo la cosa y mirá como lo tengo el brazo”, “a mí me loa surtió lindo y varíao”, “a mí me loa quesíao la caniya la veterana”, “mirameló a mí como lo tengo el tobiyo, como “acuyico” me loa dejao”, comentaban jocosamente los entrometidos que cayeron víctimas de la furia de la criolla madre de Chocolate para quien todos eran culpables. Dicen que toda comunidad cuenta siempre con memoriosos, y en éste caso, hubo necesidad de “hurgar el carcaj duro para encontrar uno de ellos y rescatar esta sabrosa anécdota que tuvo por escenario al añoso estadio del Luna Park de calle Necochea 731, allá por 1949-1950, hoy convertido en “bailongo” moderno de la “Balcarce”. El aporte artístico de Yerba, con su dibujo sobre esta recordación maravillosa sobre el boxeo, complementa el cuadro.

lunes, 26 de diciembre de 2011

La “pantera” Suárez nocaut “bis”

¿Conocen el caso de un boxeador que haya perdido dos veces en una misma noche y ambas por nocaut? Bueno, no es cuestión de apurarse, porque sorbiendo de a poco, el vino sabe mejor. Y ya hablamos de los motes rimbombantes, originados en los promotores, verdaderos “bautistas” del boxeo, junto a los segundos de los “narices chatas”. Victoriano Suárez era un salteño, morocho oscuro, al que le cayó como anillo al dedo el “pantera”. En julio de 1927, el viejo teatro Victoria, debía enfrentarse con Miguel Klyver, otro salteño “picante” de la época. “... El combate tuvo un desenlace inesperado, debido a que los “materiales” con que fue armado el ring, resultaron demasiado añejos. Antes de la pelea se procedió a ajustar las cuerdas de los parantes y el poste de la esquina de Suárez se vino abajo, golpeando en la cabeza y hombro del púgil, quien cayó de bruces al piso, perdiendo el conocimiento. A raíz de ello, Suárez sufrió una luxación en el hombro izquierdo. No obstante lo ocurrido, Suárez inició la pelea y Klyver, que no le perdonó, se hizo una fiesta ganando por abandono antes de finalizar la vuelta inicial.

Festival boxístico en la Sociedad Española - 1925


  En febrero de 1925 se realizó un festival boxístico en la Sociedad Española, sí, la misma de ahora, donde Bernabé Valdiviezo venció por abandono en el octavo asalto al tucumano David Montero. En los preliminares del festival sucedió un caso curioso, rarísimo, probablemente único al menos en Salta. Julián Martínez, de 14 años, se fracturó el pie izquierdo. Gran revuelo y denuncia policial contra los organizadores por parte del padre de Martínez, aduciendo que el menor “no estaba autorizado a combatir por sus padres”. Pero el viejo se encontraba en el festival. No se publicó jamás que sucedió posteriormente con la extraña denuncia. Suponemos, conociendo el paño, nada de nada.

Benjamín Figueroa por el titulo provincial - enero de 1923

  En enero de 1923, el naciente y popular ídolo salteño, Benjamín Figueroa, disputaba el título provincial -el segundo de la historia-, al cabo primero Luis A. Barbalís, compañero de escudería y de Regimiento de Larra. A Barbalís lo dirigía el chileno Juan Abbá Poblete, un mediano que arribó a Salta luciendo el título de campeón de Chuquicamata, el cual soportaría esa noche uno de los peores momentos de su vida. Al término del tercer round pretendió subir al ring, cuando sintió entre sus costillas un caño de grandes dimensiones: se trataba de un poderoso Colt “... calibre 80”, diría Abbá Poblete en la Primera, donde radicó la denuncia. El portador del arma había conseguido su propósito, el de ver triunfar al “pollo” local, sin problemas. Abbá se vio obligado a retirar a Barbalís teniendo “en cuenta el grado de exaltación del público”. Mirando a la distancia las campañas de Figueroa y Barbalís, el primero no necesitaba esa “ayuda extra” que le brindó el anónimo poseedor del descomunal Colt, para doblegar al milico, dejando de lado la suspicacia reflejada en “alguna apuesta” clandestina.

92 años del 1er. combate de boxeo en Salta

  El 18 de septiembre de este 2011, se cumplieron 92 años del primer combate de boxeo realizado en Salta, digamos, entre dos “profesionales”. Los circos mucho tuvieron que ver con el desarrollo del pugilismo por aquellos lejanos años, en nuestro medio, cuando su práctica era desconocida, pero primordialmente porque se carecía de la persona que “abriera” las puertas al mismo, dándole la bienvenida: verbigracia, un promotor. El jueves 18 de septiembre de 1919, bajo la carpa del Circo Romano, de Checa & Cía., en Alberdi 450, dos hombres con los puños enguantados, el mendocino Julián Vergara Zuloaga (liviano, 62 kilos), se enfrentaba al sargento Luis C. Larra (mediano, 72 kilos), el que había llegado a nuestra ciudad con el Regimiento 12 de Caballería, en diciembre de 1917, en el primer combate entre profesionales y título de campeón salteño en juego. El público, de parabienes. Desde esa fecha, el boxeo se asentaría definitivamente en Salta, pese a que ahora, es muy pobre la actividad. Y retornando a los heroicos tiempos del boxeo salteño, encontramos el anuncio del combate entre el mendocino Julián Vergara Zuloaga, con “el campeón Luis Limongi”, un aficionado de poca monta, el domingo 29 de junio de 1919, en el teatro Victoria, el “viejo”, el “primero”. En realidad, esta fue la primera pelea sobre un ring ante el público. Vergara Zuloaga venció por nocaut en el segundo. El Limongi que se conoció entre nosotros era médico y se desempeñaba como tal en Embarcación. ¿O éste Luis era su primo o hermano tal vez?, pero lo que sí es cierto, es que “cobró” igual. El mendocino Vergara Zuloaga -que era muy respetado a nivel nacional por haber combatido con José Lectoure, después propietario del Luna Park-, venció por K. O. en el quinto asalto al “zumbo” Larra. Por otra parte, Vergara Zuloaga había instalado la primera academia pública de boxeo en Salta, en Deán Funes y Caseros pero, ¿en cuál de las dos esquinas? Ya existía una Peña del Boxeo, la que funcionaba en los fondos de la confitería Jockey Bar, Zuviría 62, pero de carácter privado. Vergara Zuloaga se abrió al pueblo y fue profesor, entre otros, del mismísimo Benjamín Figueroa. Por razones de trabajo debió radicarse en Orán, donde se pierden sus rastros, previa aparición en Jujuy brindando una exhibición.

domingo, 25 de diciembre de 2011

Julián Vergara Zuloaga versus “el campeón Luis Limongi” en 1919


  Y retornando a los heroicos tiempos del boxeo salteño, encontramos el anuncio del combate entre el mendocino Julián Vergara Zuloaga, con “el campeón Luis Limongi” el domingo 29 de junio de 1919, en el teatro Victoria. Vergara Zuloaga venció por nocaut en el segundo. El Limongi que se conoció entre nosotros era médico y se desempeñaba como tal en Embarcación. ¿O éste Luis era su primo o hermano tal vez?, pero lo que sí es cierto, cobró igual.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Juan Dolin o Cvitanic


  Juan Dolin o Cvitanic, como quieran, fue uno de los pocos vencedores de Benjamín Figueroa, el primer ídolo del boxeo salteño. El sábado 23 de noviembre de 1923, en el teatro Victoria, le ganó por puntos en diez asaltos. Dolin: 75 kilos y Figueroa, 63. Las capacidades boxísticas se medían por el valor y no por el peso, aunque esta práctica resultaba sumamente peligrosa para la integridad del que menos “cuchareaba” cotidianamente. Y a propósito de Benjamín Figueroa, en abril de 1923 el maestro Juan Dacal, músico, compuso un tango en homenaje al campeón salteño de boxeo.

Raúl Athos Landini: “El Duende del ring”.

Campeón argentino welter y subcampeón olímpico en 1928 en Amsterdam. El sábado 22 de enero de 1938 se presentó en Salta, en el Romano Boxing Club, Catamarca 50, derrotando por KOT5 al bonaerense Manuel Blanco. Fue su única presentación en nuestro medio. La mayoría del público salteño ignoraba el prestigio que portaba Landini en el orden nacional e internacional. Si por esa época chequeamos los nombres de los púgiles de primer nivel que desfilaron por Salta, eran expresiones de alta jerarquía. Época en la que a los aficionados locales se les ofrecía espectáculos de primera calidad por el prestigio de sus protagonistas. Julio Ernesto Vila, historiador del boxeo de nuestro país, tituló la nota: “Raúl Athos Landini, un señor del ring y de la vida”, que trascribimos a continuación:
  “El ex campeón argentino welter nació en Capital Federal el 14 de julio de 1909 y falleció el 29 de septiembre de 1988, de 79 años. Lo llamaron “El Duende del Ring” y el “Cronómetro” (terminaba el round cerca de su esquina). El kilaje en peleas osciló entre 66 y 70 kilos y Juan Manuel Morales fue su manager. Campeón Sudamericano en Chile, 1927, y Subcampeón Olímpico en Amsterdam, 1928. El 31 de octubre de 1929 ingresó al profesionalismo en el Parque Romano noqueando en 4 asaltos a Miguel Díaz. En su sexta pelea se coronó campeón argentino al vencer por puntos 12 a Félix Espósito, el “Bulldog de Caballito”, welter. En 1930 hizo un par de peleas en Estados Unidos, por lo que le quitaron el título nacional al no responder el reto de Félix Espósito. El 10 de octubre le ganó por puntos 6 a Murray Kezd y el 27 del mismo mes, en 8, a Al Diamond, ambas en Nueva York. Landini se convirtió en el primer púgil argentino en recuperar el campeonato nacional perdido cuando el 11 de febrero de 1931 le ganó a Expósito por puntos en 15 rounds. En su pelea número 15 resignó el invicto al ser derrotado por Juan Carlos Casalá, en Montevideo, por puntos 10 (12/04/1932). Sus otros vencedores fueron y en orden: Antonio Fernández, chileno, “Fernandito”, 1933 y 1934. Mario Bianchini, italiano, 1935. Ignacio Ara, español, 1936. En 1939 perdió con el cordobés Amado Azar y en 1940, otro cordobés, Raúl Rodríguez en ocasión de hacer su último combate el 6 de julio. A los ocho días cumplió 31 años. Entre sus vencidos figuran grandes del pasado como Jorge Azar, Antonio Fernández, Jacinto Invierno, Ignacio Ara, Mario Bianchini, José Martínez Valero, español, conocido como “El Tigre de Alfara” y Vittorio Venturi. Tiene empates con Bianchini, Ara, Amado Azar y Kid Tunero, cubano (Evelio Celestino Mustelier). Landini no recordaba casi nada de su carrera en el ring. “Para mi boxear, es jugar, divertirse. Pocos lo entienden. A este deporte hay que quitarle drama. El que le dan los demás”, aseguraba. Su campaña registrada es de 55 combates. Ganó 44, 12 antes del límite, perdió 7 y empató 4. El 11 de diciembre de 1935 abandonó el cetro nacional welter  para pelear como mediano. Durante muchos años presidió la “Asociación Mutual Casa del Boxeador” (aún ubicada en Bartolomé Mitre 2020 de Capital Federal, lugar de reunión para desgranar recuerdos, que mucho ayudó a los ex peleadores quienes a la vuelta de los años necesitaron algún tipo de ayuda material y médica. Hombre de mucho carácter, se destacó por su espíritu solidario para con quienes fueron sus pares. Y modelo de vida. Amigo de todos, desinteresado y cordial”. (“20 Campeones y una Leyenda”, Julio Ernesto Vila, fascículo 25, febrero 1998.)

“La curiosa historia de un deportista”

  Es el título de un libro escrito por don Pedro Honorio Cuggia -boxísticamente Kid Giménez-, una autobiografía, diríamos. Apareció el viernes 24 de octubre de 1941. Es una rareza bibliográfica ya que deben existir muy pocos ejemplares, aunque perdidos. Don Pedrito, a quien el deporte salteño le debe no solo un reconocimiento, sino un monumento, escribió La historia del básquetbol salteño”, Historia del boxeo salteño” y Aprenda a boxear”, editado éste último en Caracas, Venezuela, donde dejó lo mejor de su sapiencia y docencia en este deporte. Fue él quien llevó a Venezuela a lograr grandes éxitos amateurs en competencias internacionales. Además, existen artículos sobre temas deportivos escritos en diferentes diarios de Salta, antes de su viaje a Venezuela. En nuestra ciudad quedó su descendencia.
  Curiosa es la historia con los proyectos que tienden a la superación física a través del deporte. En abril de 1943, el mismo don Pedro Cuggia “presentó a la Sociedad Española un proyecto de la creación de un Departamento de Educación Física con la práctica de boxeo y básquetbol, para infantiles y adultos”; así como entró la nota al club, fue a parar al archivo.

viernes, 23 de diciembre de 2011

Santiago Alberto Lovell

El turno de otro grande: Santiago Alberto Lovell. Otra de las grandes figuras que desfilaron por los cuadriláteros salteños, es el porteño Santiago Alberto Lovell, nacido en Dock Sud, Buenos Aires, el 23 de abril de 1912, y falleció el 16 de marzo de 1966, de cáncer. Desde su aparición en el escenario amateur, Lovell llamó la atención por sus condiciones. A nadie extrañó que el argentino se coronara Campeón Olímpico en el año 1932, en Los Ángeles, Estados Unidos. Julio Ernesto Vila, minucioso estadístico sobre la actuación de los pugilistas, nos brinda el récord completo del campeón argentino pesado: 82 combates realizados, con 71 victorias (48 por KO), 8 derrotas, 2 empates y una suspendida. Se le calculan 20 combates más en Estados Unidos, pero esto sin confirmar, entre 1937 y 1938. El sábado 7 de agosto de 1943, Alberto Lovell (92,600) se presentó en estadio Luna Park salteño luciendo su condición de campeón argentino pesado, enfrentando al negro Antonio Francia (84,300), que tenía su reducto en San Miguel de Tucumán. Lovell era dirigido por el entrenador Ernesto Sobral. En el semifondo Martín Bayón GP5 a Carlos Carrizo. El árbitro del combate de fondo era don Pablo Meroz, conocido entre nosotros como boxeador y después promotor, que esa noche, al parecer, no las tenía toda consigo. La crónica de la época fue categórica. Don Pablo Meroz llamó la atención a Lovell por su falta de agresividad. No quería noquear a Francia. Meroz abandonó el ring en el 6º, pero después retornó. Lovell derribó en el 7º a Francia y cuando la cuenta llegaba a 9, lo salvó la campana. En el 8º un débil golpe de Lovell dejó tendido a su rival, mientras el árbitro Meroz se bajaba nuevamente del ring. Lovell había vencido por puntos 10 a Francia el 31 de julio en Tucumán. El miércoles 11 de agosto, la Comisión Municipal de Boxeo, otorgó el triunfo por KO8º a Lovell, ordenó el pago de las bolsas a los dos púgiles y llamó severamente la atención a don Pablo Meroz. La CMB estaba integrada por: Aarón P. Frías, presidente; David Diez Gómez, secretario; Benjamín Dávalos Michel, Elio Alderete y Medardo Cuellar, vocales. El sábado 28 de agosto de 1943, un “tirón” de orejas a los salteños. El presidente de la Federación Argentina de Box, de Buenos Aires, don José Oriani, secretaría Eduardo F. Costas Sisto, con referencia al combate Lovell-Francia, expresa “que en el interior no deben concertar combates entre profesionales con desproporción boxística”. Breve, pero contundente el mensaje, dirigido a estos pagos.

Pablo Meroz Humbert

  Nacido en Bell Ville, Córdoba, en 1904, hijo de don Julio Meroz, franco-suizo, y doña María Humbert, francesa. Dedicado al deporte de los puños, se proclamó campeón cordobés de los medianos. Llegó a protagonizar más de un centenar de combates recorriendo el país, alternando con rivales aficionados y profesionales. El sábado 16 de julio de 1932 se presentó en nuestra ciudad, en el Salta Boxing Club, derrotando por puntos en diez asaltos al mediano peruano Filiberto Pizarro, un moreno trotamundos que vivía calzándose los guantes para obtener el diario sustento. Don Pablo era blanco de piel, rubio, ojos celestes y una pinta de actor de cine que llamaba la atención de todos, más sobre el ring, luciendo su elegante estampa.
  El Salta Boxing Club tenía su sede en calle Sarmiento 95 cuyo solar era propiedad de don Jaime Capó (el padre del desaparecido cómico popular Chalita) y se trataba de una antiguo local de bailes populares “con capacidad para dos mil personas”, se publicaba por entonces. Sacar conclusiones: año 1932. Pero vale la pena recorrer este espacio de la historia del boxeo de Salta, desconocida por muchos. El estadio que albergaba el boxeo en los años 1931 y 1932, lo alquilaba la empresa del promotor Juan Arias y Compañía quien, al parecer, no pagaba como correspondía los pesos de antaño, recurriendo de esa manera al mentado “empatil” tucumano, aunque esta manía de “empatar” no nació en Tucumán, sino que es universal. Hubo rescisión de contrato por parte de “Chala” Capó padre y la batuta del boxeo quedó en manos de él, que algo había aprendido observando los movimientos habituales de los festivales, tanto de baile como de boxeo, que no diferían en el fondo nada el uno del otro, incluido... el clásico “empatil”, recurso también utilizado por el flamante promotor, vasto conocedor de este territorio.
  En el festival de marras hubo un plus extra anticipado. Combatían en preliminares el capitalino Bienvenido Álvarez y el güemense Ernesto Nicolás “Turco” Amado, que arrastró desde su pueblo natal una gran cantidad de seguidores, con el “acuyico” a cuesta todos ellos. Álvarez, que al parecer tenía un asado esa noche, dejó fuera de combate en el tercer round al ídolo güemense “Turco” Amado y cuando el árbitro José Pujol (también boxeador en actividad) le levantaba el brazo en señal de triunfo, el “tercer hombre” del ring, fue acometido por el segundo de Amado quien, con un soberbio recto de derecha al mentón, puso nocaut al “tercero en discordia”, como se denomina en la jerga boxística al juez del combate. (Foto en la cumbre del San Bernardo: escribano Herrera, Juan Carlos Dávalos y Filiberto Pizarro)
  De inmediato los seguidores güemenses del Turco Amado invadieron el ring, respondiendo de igual manera la salteña. La turba aprovechó para entrar en calor y convertirse en émulos de los púgiles actuantes. Los disturbios, que se habían originado alrededor del ring, donde se sentaban los “guitudos” y “acomodados”, se extendieron finalmente por todo el local, mientras los pitos de los “canas” sonaban sin cesar por doquier, tratando de restablecer el orden. Mientras tanto el árbitro José Pujol y el Turco Amado dormían plácidamente en medio del tumulto, sin prestarle atención nadie, pese a que eran ellos dos quienes más necesitaban ayuda. El resto del “uñaje” se encontraba entreverado en un descomunal y salvaje enfrentamiento. Hubo muchos contusos, producto de certeros sillazos, cascotazos y otros elementos contundentes que siempre encuentran los prosélitos de los desbarajustes a la hora puntual de la cita, “cuando los desórdenes los convoquen”.
  Finalizada la gresca con la llegada de los refuerzos policiales tornó la calma y el agresor, contenido a duras penas junto a sus revoltosos acólitos güemenses, recibieron ante el público una durísima reprimenda por parte de la “canaria” que repartían por doquier los bastonazos ante la algarabía de los capitalinos de la popular, pero ésta, como tal, con tribunas, no existía. Mientras los boxeadores utilizaban la bolsa de arena para consolidar la potencia en sus puños, se decía que en la comisaría también las tenían. Pero los famosos “canas” se entrenaban con ellas (las bolsas) dándole garrotazos con la izquierda, derecha, de taquito, pechito, nuquita, frentazos y otras técnicas policíacas que les venían acuñadas desde antaño, desde la colonia misma. Cuenta la historia que “los policías recorrían las calles de noche y cuando alguien no respondía a los requerimientos de los guardianes de la seguridad pública, eran atravesados de lado a lado, para que no queden dudas del poder de los uniformados”.
  Al parecer, festivales boxísticos era “los de antes”, donde nadie quedaba sin dar ni recibir y el que salía ileso de la gresca generalizada, “cobraba” por estar “invicto”, aunque la función ya había finalizado. Otros hechos similares están reflejados en el inédito trabajo “La Historia del Boxeo en Salta, cuyo autor es quien esto escribe.
  Sobre el particular un veterano testigo de esos ya muy lejanos  acontecimientos pugilísticos, comentaba: “lo teníamo que adoralo la Pachamama con l’alpargata pisando el suelo, la tierra, con frío o calor, porque no l’exitía la tribuna”.
  Por aquellos tiempos, un infractor no entraba por una puerta de la policía -o “contraventora” como también se la denominaba, pero que a la postre era comúnmente conocida como “cana”-, y salía “rápidamente por la otra” como acontece en la actualidad. En este caso, el segundo de Amado y sus revoltosos “infieles” fueron transportados al calabozo con rigurosa infantería mediante y “cobrando” extra en el trayecto de cinco cuadras por los canas “golpeadores” propios de esos tiempos; los güemenses habían tenido la osadía de romper el orden y de inmediato legalizaron con esa actitud el correcto proceder de los guardianes uniformados, prestos siempre a actuar con contundencia, ejecutando cabezas y lomos de los insurrectos con robustos y certeros “bastonazos”.  El segundo de Amado y noqueador del árbitro José Pujol, pasó diez días detrás de las rejas, “cómodamente ubicado en el suelo, sin colchón, y muy poco morfi”, el del rancho” de los uniformados”, comentaba un asiduo concurrente a los festivales de esos lejanos años, ex cana y también trajinador de humanidades en esa época. Los otros exaltados fueron recuperando la ansiada libertad poco a poco tras comprobarse que carecían de antecedentes policiales, pero el que “alquiló” el calabozo por una decena de días, tuvo que cumplir la pena impuesta -“la novena y un día de yapa, el que correspondía a la procesión”-, entonces por el Edicto Policial que hoy es recuerdo, o mejor dicho, que ni los propios canas conocían de su existencia en el pasado, pero que por entonces se cumplía a rajatabla con sólo recibir la orden de “reprimir”.
  Tras haberse superado el ambiente caldeado al rojo vivo y restablecido el orden, debieron subir las escalerillas los protagonistas del combate estelar. Don Pablo Meroz llamaba la atención por su pinta de galán de cine, no de pugilista foráneo. El negro Filiberto Pizarro, tanto en sus presentaciones como después de los combates, haya ganado o perdido, cautivaba al público con un baile muy especial de él que producía entusiasmo a rabiar. Por supuesto que don Pablo Meroz, de elegante técnica y preciso en sus golpes, se lució ante el peruano Pizarro con su exquisito boxeo, deleitando al “público magullado” (en gran parte) que aplaudió estruendosamente su victoria. El árbitro designado para el combate estelar, no era otro que el noqueado José Pujol, “masacrado” el pobre, sentado en una silla y sostenido por dos contertulios vecinos ubicados a sus costados para sostenerlo al pobre “tucuta”, de dónde provenía la víctima. Don Pablo Meroz, ya con más de noventa años, en una entrevista personal en su domicilio, recordaba que una vez viajando a Córdoba en su automóvil, se detuvo en Lules, Tucumán, a cargar nafta en un surtidor esquinero, cuando se le acercó un uniformado. “No había cometido infracción alguna y estaba tranquilo por eso. Grande fue mi sorpresa cuando el agente se quitó la gorra y me saludó muy amablemente. Era el negro Filiberto Pizarro. Debe haber muerto en Lules el simpático y alegre negrito”, concluyó don Pablo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Abel Cestac en Salta

Por 1940 asomó la figura de un boxeador fenomenal en Buenos Aires, un gigante de 1m90, Abel Evaristo Cestac, pupilo de Luis Ángel Firpo (éste medía 1m92/6) y que, como aficionado, asomara y asombraba  por su tremenda pegada. Se decía que era pupilo de Firpo, o tal vez éste su padrino de campaña profesional; lo dirigía Manuel Cal, secretario de Firpo, según los pergaminos que presentaban al momento de promocionar las presentaciones del noqueador Cestac. Precisamente en marzo de 1942, la prensa salteña anunció la actuación de Abel Cestac, pupilo de Firpo. El martes 17 de marzo arribó a nuestra ciudad Cestac luciendo un record de 40 peleas, todas ganadas, 32 de ellas por nocaut. Lo acompañaba su manager Manuel Cal y su ayudante, de apellido Rubinic. El jueves 19, dos días más tarde, lo hizo su rival, el peruano Manuel A. López, campeón peruano de aficionados y de “excelente actuación en el Royal Boxing Club”. López portaba saludos del cordobés Amado Azar para la afición salteña y declaró “pienso ganar por nocaut”. López, en 1937, había noqueado al peruano Ulrich, muy conocido en el ambiente sudamericano.
Foto: Cestac, Firpo,el cuarto es Aníbal Imperiali (diario Crítica) y Nicolás Preziosa después técnico del Mono Gatica
  El combate se efectuó el sábado 21 de marzo, ante una cantidad impresionante de público. El porteño asombró al público cuando saltó al ring, apoyándose sobre la cuerda alta, demostrando su gran preparación física.
  Abel Cestac (105 kilos), de gran condición atlética, venció por nocaut en el segundo round a López (100 kilos). El fraude fue evidente, ante la falta de equivalencia entre los contendores, y el público esperó como una hora la salida de López para “lincharlo”, pero veamos lo que dijo “La Provincia” en edición del domingo. “La presencia de Abel Cestac en el ring era todo una garantía. Jamás el público de Salta había presenciado la figura de un  boxeador de la juventud y vitalidad de Cestac, en un estado perfecto en un pugilista que se presenta a cumplir su compromiso profesional ante el público que pagó su entrada.
  “En cambio la presencia de Tomás A. López era de lo más triste y lamentable. Daba la impresión de un montón de grasa. Un  hombre con voluminosa barriga y sin la insinuación de un músculo. Si alguna vez López fue boxeador, debe haber sido en la época ante diluviana. La presencia de López nos trajo al recuerdo la del ilustre padre de familia que ante el dilema de ahorcarse o de “vender el alma al diablo” para ganar el pan para sus hijos, optó por lo segundo. Era un hombre desesperado que aceptaba subir al ring mediante el pago de 500 pesos y que, para retribuir esta atención del dinero, declaró que iba a vencer a Cestac por nocaut, para atraer más público”. El recordado don Andrés Mozota evocaba, jocosamente, que el “turco que vendía las entradas en la verja del club, tomó la caja con el dinero y desapareció”. Agregaba “Cestac se desplazaba en auto por el país y enviaba a su rival en tren para crear mayor expectativa. Lo dirigía Manuel Cal y el que arreglaba todo era Aníbal Imperiali, periodista de Crítica. Peleaba como aficionado, pero ante rivales inexistentes. En la Federación Argentina de Box supimos que iba a combatir con un chileno en San Juan, lo que aprovechamos para declararlo profesional. Cestac, al momento de pasar al profesionalismo, contaba con 50 combates. Después se fue a Estados Unidos”. La Sociedad Sirio Libanesa había anunciado en octubre de 1941, la instalación de un ring en su predio, y muchas comodidades para los espectadores. Duró poco tiempo como escenario, pues en marzo de 1942, le dijo adiós al boxeo luego de la experiencia vivida con Cestac-López. “Abel Evaristo Cestac nació en Carlos Casares (Buenos Aires) el 25 de agosto de 1918. Debutó como profesional el 27/07/1945 perdiendo por puntos en diez asaltos con John Thomas, en Nueva York. Último combate: 10/08/1956 en Viena (Austria) donde perdió por puntos en 8 asaltos con Wilson Kohibrecher. Su récord profesional es de 56 combates, con 39 ganadas (34 por KO), 15 derrotas y dos empates”. (Julio Ernesto Vila, fascículo 22, febrero 1998)
Muerte de Cestac. “El colega de Pehuajó (Buenos Aires), muy conocido en su zona, Roberto F. Rodríguez, nos hace saber de la desaparición del ex peso completo Abel Cestac, a quien recordamos oportunamente. Cestac había fijado su última  residencia en Grecia donde falleció el 15 de enero de 1995 sin que la prensa de Buenos Aires se hiciera eco del suceso. La noticia apareció en el diario “Noticias”, de esa localidad bonaerense, dos días más tarde. Su historia, resumida y publicada de su paso por los rings, se cierra de esta forma”. (“20 campeones y una leyenda”, de Julio Ernesto Vila, fascículo 16, diciembre 1997.)

Firpo, el “toro salvaje y Locche el “intocable”


El “Toro Salvaje”

  El 11 de octubre de 1894 nació en Junín, Buenos Aires, Luis Ángel Firpo, probablemente el primer ídolo popular del deporte argentino. Surgido del Internacional Boxing Club, donde debutó como profesional en 1914, su descomunal fuerza y su guapeza le permitieron desarrollar una carrera inusitadamente exitosa que tuvo su momento más glorioso nueve años después, el 14 de septiembre de 1923. Ese día, en el estadio Polo Grounds, de Nueva York, ante 80.000 espectadores, cuatro minutos le bastaron para entrar en la historia mundial. Jack Dempsey, el campeón de los pesados, lo había derribado ya ocho veces cuando, restando medio minuto del primer round, Firpo lo sacó del cuadrilátero con un golpe de izquierda, sin embargo, el árbitro permitió -contra el reglamento- que se reanimase, y la pelea se reanudó. Al minuto del segundo round, Firpo cayó por novena y última vez a la lona. En 42 peleas, su récord es de 31 victorias (26 antes del límite), 4 derrotas y 7 sin decisión. Se retiró definitivamente en 1936 y falleció el 7 de agosto de 1960. (Biografía, Correo Argentino)



El Intocable

  El 12 de diciembre de 1968, en el estadio Kuramae Sumo, en Japón, un púgil mendocino derrotó por abandono a Paul Takeshi Fuji y conquistó el título de los welter juniors de la Asociación Mundial. Cuando llegó a Buenos Aires, 25.000 personas lo ovacionaron en el Luna Park, y en Mendoza una multitud aclamó su paso sobre una autobomba. Se llamaba Nicolino Locche, pero por los formidables reflejos y una intuición inigualable para esquivar los golpes le habían valido el apodo de “Intocable”. En su debut profesional, el 11 de diciembre de 1958, derrotó a Luís García en el segundo round, y hasta su retiro definitivo, en 1975, realizaría 108 combates profesionales, con 103 victorias (solo 14 por nocaut). Su virtuosismo en la defensa lo hizo favorito del público y de la crítica especializada. Nació el 2 de septiembre de 1939 y falleció el 7 de septiembre de 2005. (Biografía, Correo Argentino)

miércoles, 21 de diciembre de 2011

“El boxeo es pelea de mulatos y para mulatos”

  Amanecía el año 1927 y el día miércoles 5 de enero (Nueva Época), víspera de Reyes, Baltazar, el rey negro, ya les había dejado un hermoso “regalo” a los amantes del boxeo por anticipado. Ese día, un concejal, presentó un proyecto de ordenanza que consistía en “gravar en un 50% a los espectáculos”, porque “el boxeo es una pelea de mulatos y para mulatos”. Los primeros en reaccionar, fueron los promotores quienes, papeles en mano, demostraban que los festivales eran deficitarios. “Yo loi perdío cien mangos”, acotó uno. Otro tenía a los narices chatas en la puerta de su casa, haciendo “cola”, tratando estos de verles la “bombacha a la iguana”, tras aplicarles el letal “empatil” el promotor a los changos. Un cronista escribió: “y pensar que ese buen señor ha venido de tierras lejanas a cobijarse bajo el suelo de los mulatos, a los que pretende degradar...” En la historia del boxeo salteño se registran miles de anécdotas, siendo éste uno de los deportes que más alimentó las “comidillas” en boliches, bares y confiterías. Y para muestra... “al boxeo hay que ir con paragua o sentarse lejos de los rincones, porque los que atienden boxeadores les tiran baldes de agua que nos mojan a nosotros”. Pensar que en esos tiempos se ponía una lona sobre las tablas y nada más. ¿Fieltro?, ¡cápita!, ¿qué loé eso Carcaj?, manifetateló bien ¿querí?”, diría azorado Centurión, el que por esas cosas de la vida, bajó de la “popu” -donde entraba “colado”- a la primera fila del ring, con un secretario al lado que le sostenía el cenicero para su impresionante toscano. Cosas de la “diosa fortuna” cuando se enamora de alguien, como en este caso del mentado Centurión, el personaje que ganó el Prode “preñado” ocho veces, y eso le cambió la vida”.

Boxing Club

  En 1912 no se conocía el boxeo como deporte activo en Salta, pero existían varios aficionados que lo practicaban, por sí las cosas. Se reunían en la Peña de Boxeo, un gimnasio que montaron en los fondos de la confitería y café Jockey Club, Zuviría 62. La guardia de los boxeadores, posta, “era a la antigua”, al igual que los pantalones (Foto). Pero los muchachos de antaño no perdieron el tiempo y el sábado 24 de agosto de 1912, le dieron vida al Boxing Club. Presidente resultó el doctor Carlos Aranda, al que le decían “mono”; vice, el doctor Luis Diez; secretario, Enrique Sanmillán y pro Víctor M. Sosa; tesorero, Nabor J. Frías, y vocales: Arturo Gambolini, Ricardo Zorrilla, Abel Arias Aranda, doctor Ernesto Solá, doctor Carlos Outes, Federico Uriburu y Nolasco Arias Costas. Pero este Boxing Club no ofrecía espectáculos boxísticos por carecer de aficionados dispuestos a estropearse las narices “gratis”. Y más adelante, Hurgando siempre el Carcaj, daremos a conocer el nombre del primer campeón salteño de boxeo. Ojo que se van a llevar una sorpresa y bien grande. El doctor Carlos “Mono” Aranda resultó el primer presidente oficial de la Liga Salteña de Fútbol en el año 1921. Hombre con mucha dedicación al quehacer deportivo, en ninguna información lo mencionan como empleado en algo. Bueno, sí, era abogado y con el título se vivía muy bien por aquellos años.

Desde el Incanato una mina boxeadora

  La mujer, el boxeo y aquella sentencia del comediógrafo, probablemente cartaginés, Afer Terencio (195, 159 a. C): “Nada de lo que es humano me está prohibido”. Por febrero de 1930 aterrizó por Salta, para escandalizar a la sociedad, una peruana de armas llevar. Hablamos de un poco más de ocho décadas ya, escuchen bien, seguidores de Carcaj. Y los salteños de entonces, en especial los veteranos, conocidos como “verdecitos” como la “coca” también, tenían la oportunidad de apreciar “en vivo” las poderosas “chuncas” de la pugilista inca, quién luciría riguroso pantalón corto, pero, ¿y arriba?, igual que ahora parroquianos, igual que ahora, cuidado se les salte la cadena. La publicación expresaba que “Lía Saint Román ofrecerá esta tarde una exhibición con Filiberto Pizarro (peruano, radicado en Salta), en el gimnasio Belgrano, entre Balcarce y 20 de Febrero”. En India, hasta el Mahatma Gandhi, un gran liberal, al referirse a un combate de boxeo entre dos mujeres, hermanas, y para colmo de males, de la alta sociedad o “casta”, lo llenó de desesperanza. Mahatma (“alma grande”) calificó el hecho como “algo degradante, despreciable y totalmente indecoroso y contrario a los instintos refinados de la mujer”. Mahatma murió asesinado en 1948 por un fanático de la secta Brahman, perteneciente todos estos a la casta superior de la India, encargada de la función sacerdotal. Pero, ¿qué produjo el rechazo del Mahatma? La información del 24 de marzo de 1931, originada en Madrás (India), decía: “Las hermanas Kamala Bai y Sita Bai, en mérito de haber tomado parte en un match de boxeo realizado durante las fiestas de carnaval, corren el riesgo de ser rechazadas por la alta sociedad (casta superior) a la que pertenecen. El espectáculo brindado por ambas hermanas escandalizó aún a los hombres hindúes, quienes, durante más de dos siglos han mantenido a sus esposas e hijas, en un estricto aislamiento”. (Para la gran muchachada del boxeo eso significaba tener a las mujeres “concentrada en el rancho, cocinando, lavando, atendiendo a lo crío y aminitrando lo poco mango que le deja el negro ocioso i’marido que lo tienen”.)
  El jueves 27 de febrero de 1930, se efectuó la mentada exhibición de boxeo, que conmocionó a la pequeña ciudad de Salta de esos años. A las 5 de la tarde, no cabía un alfiler y la algarabía reinaba entre los aficionados locales. El negro peruano Filiberto Pizarro era la estrella de la tarde entre los varones. El zurdo boxeador que deleitaba al público antes de la pelea con sus festejados bailes, se las vio primero con Silvano Chávez Castellanos en tres round académicos, para hacer lo mismo en seguida con Rosario Sanguedolce. Y llegando el momento más esperado de la jornada, la peruanita inca se calzó los guantes de seis onzas, mientras que a Filiberto, su “paisano”, le dieron unos grandotes de “veinte” onzas y no faltó el negro ocioso y pícaro de los que abundan en todas partes, con una “salteñada”: “negro eso lo son lo almuadone il clú i’lo cholo”. La crónica expresa que en el primer round “... Lía entró en juego y atacó a su rival” con una lluvia de golpes de ambas manos, llegando todos a destino con bastante precisión. Fueron dos round muy aplaudidos. Después Lía realizó un round de bolsa, cosechando aplausos”.
  “Y como dijo el opa Guarida, sobre el pucho la escupida”. Para que la mujer salteña no quedase mal parada ante la apuesta dama deportista peruana, saltó las cuerdas la salteña María Magdalena Arjona (esa que “apenita soy Arjona”), para desafiar a la visitante a un combate “a sangre”, como en los “encuentros” de comparsas, donde la Arjona había participado en la de Campo Caseros, en el papel de “cautiva”, pero que al momento de los “encuentros”, los changos liberaban a la “originaria” y a ponerse a salvo de ella. La exhibición femenina quedó convenida para el sábado 1º de marzo, dos días más tarde de la sensacional y aplaudida actuación de la visitante.  Y 80 años más tarde nos preguntamos: ¿se habrá realizado?, ¿fue la Arjona la primera boxeadora salteña? Todo un misterio, aunque por entonces valía la pena averiguar si la mentada Arjona era casada, y si su esposo era el sparring. Eso de realizar en desafío “a sangre”, le devenía a la Arjonita, dama representante de los “pueblos originarios”, por sangre, de hecho; muchos de sus antepasados habían combatido fieramente a los “conquistadores”, aunque vanamente, pues estos, como decía el famoso mestizo “Paladar Negro”, eran “invasore con “sombrero i’fierro y saco i’acero” y la flecha se lo doblaban”. Quienes vieron la demostración técnica de la belleza inca, finalmente, dejaron de lado a la Arjonita, sugiriéndole que vuelva a la cocina a “pelear” con los platos, ollas, locro, mote, tamales, empanadas, guisadilla y otros manjares, y de paso, a lavar ropa. El promotor o promotores -solemnes maestros del “empate” y soberbios mentirosos como políticos hasta la actualidad-, ni bien lanzó el “desafío sangriento” la Arjonita, la “serenaron” programándole la pelea para el sábado en que se iniciaba marzo, el mes de los “Idus”, tan vieja costumbre ésta, que nadie supo explicar jamás que significaba eso. Después aparecieron otros meses con “Idus”. Entrevistada la “originaria Arjona” se expresó muy suelta de lengua: “yo al negro ese que loa pelíao con la mina esa, lo sacudo en do patada y lo rámio i’la mecha por medio i’la siya. A esa mina se l’hago abrilo l’uña bien lo suene la campana esa que utede se loan choríao a lo cura l’iglesia”. Sabios los promotores-políticos de antaño, conocedores del “uñaje” de toda laya, abrieron  el paragua antes de la lluvia, porque en una de esa la originaria Arjonita “apenita”, podía incendiar la ciudad.

Confiteria "El Aguila" en 1921


  El boxeo en Salta no sólo concentraba a los aficionados en el Victoria, o en algún improvisado estadio; también las películas convocaban a los amantes del deporte de los puños. En la confitería El Águila, de Mitre 83, el domingo 13 de noviembre de 1921, se exhibió en tres sesiones la película con el combate entre Jack Dempsey y el francés George Carpentier. El Águila era agente de la compañía cinematográfica de Max Gluman.

Desde Rosario de Lerma un “griego”

  Allá por los años veinte, cuando el boxeo provocaba furor entre los aficionados cruzó las cuerdas del ring para colocar un “pollo de raza”: Juan Dolin, el “león de Rosario de Lerma”. Lo curioso del caso es que a este Dolin lo presentaron como griego, checoeslovaco y de otras extrañas nacionalidades, como “persa” por ejemplo. El sábado 28 de abril de 1923 fue anunciada la pelea en el estadio Firpo (Córdoba y San Martín): Juan Dolin (78 kilos y 22 años, griego) con Carlos Iglesias (79 y 25 años, argentino). No hubo resultado publicado. El mentado Dolin no era otro que Juan Cvitanic, yugoslavo, que vino desde Iquique (Chile) a comprar mulas en Salta. “Se ponía un pseudónimo para que sus patrones chilenos no se enteren de que boxeaba”, contaba su hijo Yosko. Después se quedó en Salta donde dejó a su descendencia. Cvitanic o Dolin, hacia fines de la década de 1940, era propietario de la confitería Jockey Bar, en Zuviría 84, además de proseguir con su actividad minera.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El “tercer hombre noqueado”

Aquello de que en todos lados se cuecen habas es universal. Salta, integrante de un país aún en gestación como tal en la actualidad, debía contar con espectáculos que se ofrecían no solo en la Capital Federal, sino en otras provincias de nuestro territorio, porque el hombre es hombre y siempre copia al hombre”. Entre los deportes, las anécdotas que siempre nutrieron los corrillos esquineros y las tabernas, pero quienes más historias aportaban para el gusto de los comensales, eran mayormente el boxeo y el fútbol. El primero con dos protagonistas en un cuadrilátero y un tercer hombre”, el árbitro, designado para que el combate sea limpio y cuidar, a la vez, la integridad de los pugilistas. El fútbol, 22 jugadores con la mitad por cada lado o club, resultaba más propenso a los desórdenes, por la incultura de sus protagonistas. De estas dos disciplinas provienen las mayores y jugosas anécdotas del pasado.
Este es un pedazo del pasado salteño rescatado para nuestros días.

  El Salta Boxing Club tenía su sede en calle Sarmiento 95 cuyo solar era propiedad de don Jaime Capó (el padre del desaparecido cómico popular Chalita) y se trataba de una antiguo local de bailes populares con capacidad para dos mil personas”, se decía por entonces, aunque se evitaba hablar de comodidades. Sacar conclusiones: año 1932. Pero vale la pena recorrer este espacio de la historia del boxeo de Salta, desconocida por muchos. El estadio que albergaba el boxeo en los años 1931 y 1932, lo alquilaba la empresa del promotor Juan Arias y Compañía quien, al parecer, no pagaba como correspondía los pesos de antaño, recurriendo de esa manera al mentado “empatil” tucumano, aunque esta manía de “empatar” no nació en Tucumán, sino que es universal. Hubo rescisión de contrato y la batuta del boxeo quedó en manos de don Jaime Capó dueño del local, que algo había aprendido observando los movimientos habituales de los festivales, tanto de baile como de boxeo, que no diferían en el fondo nada el uno del otro, incluido... el clásico “empatil”, recurso también utilizado por el flamante promotor don Jaime Capó, muy ducho en eso de “travesear” con pesos y monedas. El local, en realidad era un patio de tierra, más apto para los bailables que para festivales boxísticos. Los sábados por la noche cuando había “milonga”, en horas de la tarde se lo regaba bien, evitando así el polvaredal.
  En el festival de marras hubo un plus extra anticipado. Combatían en preliminares el capitalino Bienvenido Álvarez y el güemense Ernesto Nicolás “Turco” Amado, que arrastró desde su pueblo natal una gran cantidad de seguidores. Álvarez, que al parecer tenía un asado esa noche, (lahama) dejó fuera de combate en el tercer round al ídolo güemense “Turco” Amado y cuando el árbitro José Pujol (tucumano y también boxeador activo) le levantaba el brazo en señal de triunfo, éste fue acometido por el segundo de Amado quien, con un soberbio recto de derecha al mentón puso nocaut al “tercer hombre” del ring, como se denomina en la jerga boxística al juez del combate. (El ser turco -en realidad árabe- era sinónimo de fuerte, potente, de gran aguante y pegador como mula arisca. Era fácil para un promotor meterlo en “sus redes” de manejo y el “turquito” entraba con el apoyo de los “ociosos”, haciéndoles creer estos que él era un Firpo en potencia. Unas cuantas experiencias triunfales en su pueblo lo convirtieron en ídolo. Fue el caso de este “pollo”, crédito de General Güemes, pueblo ferroviario por excelencia en esos tiempos.)
  De inmediato los seguidores güemenses del Turco Amado invadieron el ring, respondiendo de igual manera los salteños. La turba aprovechó para entrar en calor y convertirse en émulos de los púgiles actuantes, uno presente y el otro, Álvarez, ausente por el asado. Los disturbios, que se habían originado alrededor del ring, donde se sentaban los “guitudos” y “acomodados” en sillas de madera, se extendieron finalmente por todo el local, mientras los pitos de los policías sonaban sin cesar por doquier, tratando de restablecer el orden. Mientras tanto el árbitro José Pujol y el Turco Amado dormían plácidamente en medio del tumulto, sin prestarle atención nadie, entreverados en un descomunal y salvaje enfrentamiento. Hubo muchos contusos, producto de certeros sillazos y otros elementos contundentes que siempre encuentran los prosélitos de los alborotos, a la hora puntual de la cita “cuando el desorden nos convoque”.
  Finalizada la gresca con la llegada de los refuerzos policiales tornó la calma y el agresor, contenido a duras penas junto a sus revoltosos acólitos güemenses, recibieron ante el público una durísima reprimenda por parte de los “canas” que repartían por doquier los bastonazos ante la algarabía de los capitalinos de la popular pero ésta, como tal, con tribunas, no existía. Mientras los boxeadores utilizaban la bolsa de arena para consolidar la potencia en sus puños, se decía que en la comisaría también las tenían. Pero los famosos “canas” se entrenaban con ellas (las bolsas) dándole garrotazos con la izquierda, la derecha, de taquito, de pechito, de cabecita y otras técnicas policíacas que les venían de antaño, y las debían asimilar en su “academia” o “gimnasio” en la actualidad.
  Al parecer, festivales boxísticos era los de antes, donde nadie quedaba sin dar ni recibir y el que salía ileso de la gresca generalizada, “cobraba” por estar “invicto”, aunque la función ya había finalizado. Otros hechos similares están reflejados en el inédito trabajo La Historia del Boxeo en Salta”, cuyo autor es quien esto escribe. Sobre el particular un veterano testigo de esos ya muy lejanos acontecimientos pugilísticos, comentaba que “lo teníamo que adoralo la Pachamama con l’uña cuando no lo teníamo alpargata pisando el suelo, la tierra, con frío o calor, porque no lo exitía tribuna alguna. El ring se l’armaba en un terreno yano que también lo servía de pita i’baile pa lo tanguero que lo tenían que sentaseló sobre lo cajone vacío i’cerveza. La dama lo tenían su siya y eso era ley”.
  Por aquellos tiempos, un infractor no entraba por una puerta de la policía -o “contraventora” como también se la denominaba, pero que a la postre era comúnmente conocida como “cana” o “gayola”, o “jaula”, también “hotel del gallo”-, y salía rápidamente por la otra como acontece en la actualidad. En este caso, el segundo de Amado y sus revoltosos “infieles” fueron transportados al calabozo con rigurosa infantería mediante, y “cobrando” extra en el trayecto de cinco cuadras por los canas “golpeadores” propios de antaño, aunque los de hogaño también “convidan” duro, aunque a escondidas, en plena oscuridad y varios a la vez contra el “encanado”; los güemenses habían tenido la osadía de romper el orden y de inmediato legalizaron con esa actitud el correcto proceder de los guardianes uniformados, prestos siempre a actuar con contundencia, ejecutando cabezas, lomos, nalgas, rodillas, tobillos y canillas de los insurrectos, con robustos “bastonazos” y latigazos de cuero trenzado, que también surtían un efecto devastador.
  El segundo de Amado y noqueador del árbitro José Pujol, pasó diez días detrás de las rejas, “cómodamente ubicado en el suelo, sin colchón, y muy poco morfi”, comentaba un asiduo concurrente a los festivales de esos lejanos años, también trajinador de humanidades. Los otros exaltados fueron recuperando la ansiada libertad poco a poco tras comprobarse que carecían de antecedentes policiales, pero el que “alquiló” el calabozo por una decena de días, tuvo que cumplir la pena impuesta entonces por el Edicto Policial que hoy es recuerdo, o mejor dicho, que ni los propios canas conocían su existencia entonces, pero que se cumplía a rajatabla con sólo recibir la orden de “reprimir”. Para colmo de males, el pobre agresor “calaboziado” fue olvidado por sus seguidores y familiares. Visitarlo o llevarle comida, significaba que la “cana” lo dejara adentro por tratarse de un cómplice que había eludido con “maestría” la famosa “rediada”, la noche de la pelea. Y si tenías el vicio de un “acuyico”, a aguantar la “veda” obligatoria, porqué no había “reabasto” dentro de la “cana”.
  Tras haberse superado el ambiente caldeado al rojo vivo y restablecido el orden, debieron subir las escalerillas los protagonistas del combate estelar. Don Pablo Meroz llamaba la atención por su pinta de galán de cine, no de pugilista foráneo. El negro Filiberto Pizarro, tanto en sus presentaciones como después de los combates, haya ganado o perdido, cautivaba al público con un baile muy especial  y personal, que producía entusiasmo a rabiar entre le negrada de la “popu”. Por supuesto que don Pablo Meroz, de elegante técnica y preciso en sus golpes, se lució ante el peruano Pizarro, deleitando al “público magullado” (en su mayoría) que aplaudió estruendosamente su victoria. El árbitro designado para el combate estelar, no era otro que el pobre José Pujol, “masacrado” el pobre, sentado en una silla y sostenido por dos contertulios vecinos ubicados a su costado, para evitar que se caiga ya que proseguía nocaut.
  Don Pablo Meroz, ya con más de noventa años, en una entrevista personal en su domicilio comentaba que una vez viajando a Córdoba en su automóvil se detuvo en Lules, Tucumán, a cargar nafta en un surtidor esquinero, cuando se le acercó un uniformado. “No había cometido infracción alguna y estaba tranquilo por eso. Grande fue mi sorpresa cuando el agente se quitó la gorra y me saludó muy amablemente. Era el negro Filiberto Pizarro. Debe haber muerto en Lules el simpático y alegre negrito”, concluyó don Pablo.
  Pero, ¿qué ocurrió el segundo pegador y noqueador del árbitro? Cumplió con ejemplar conducta los “diego” días, lo que significaba lisa y llanamente una  novena y procesión” incluida. Cuando regresó al pueblo esperaba un recibimiento especial de su equipo, pero ninguno asomó la cabeza, ni su propio pupilo que había quedado “desmemoriado” después del nocaut que le propinó el “uña” Álvarez, dándole la “bienvenida” a Salta capital. En cualquier rincón de la provincia y del país, la “cana” aterrorizaba ejerciendo la autoridad de la ley, aplicando a los insurrectos tremendas palizas, “aplicando “sus propias” leyes. Siempre fue el “terror reinante” para los pueblos, aunque gran parte de sus habitantes en todos lados, merecían una atención “especializada”. Los “canas” eran brutos e ignorantes, pero eximios castigadores a la hora de “aplicar” justicia y dicen que jugaban entre ellos a quien “convidaba más”. ¿Convenía vivir en esos tiempos? Difícil respuesta, ¿es así?