El
boxeador porteño Carlos Rovira se
hizo famoso en Salta, fuera del ring del Luna Park, por la recordada pelea con
el oso de un circo. Ello provocó que
el ingenio popular, que no carece de
límites, hiciera uso de la analogía. Cuidado con que un galán apareciese
acompañando a una gordita por la galería Continental, donde se daba cita una
batería de ociosos y atrevidos, los que sin piedad gritaban al novio “Rovira”. Y hablando de atrevidos, el
propio Rovira era uno de ellos. Llegó a Orán
con el cartel del hombre que había combatido con un oso -era el anzuelo de
los “cabezas atadas” para que concurra más público- y muchos fueron “pescados”. Carlos Rovira debía cruzar
guantes con otro afamado liviano, Gustavo
Montenegro, pero a la hora de los “bifes”,
los dos se hicieron los “osos”, y el
tongo fue evidente. Ello ocurrió el
12 de mayo de 1956, día en que en Orán se produjo un escándalo de grandes
proporciones. La Comisión Municipal
de Orán, tras el informe del árbitro, suspendió a los dos tongueros, y se quedó con la recaudación. Cash, gracias, y vuelvan
muchachos. Pero el drama era ese, el regresar a la capital, ya que ambos no
tenían un “triste mango” ni siquiera
para el mate cocido, lo más barato en menú. Cola en la municipalidad para ver
si les “tiraban” unos pesitos para el pasaje y algo para “mordisquear”. A Montenegro y Rovira les faltaba el hábito para ser
monjes, pues habían ayunado como estos en convento, y eso les daba derecho a
parecerse a religiosos de claustro. En Orán también se “abusó” del “empatil” con estos dos trabajadores
del ring, pero que se habían enfrentado de “mentirita”, aquella noche. Con
posterioridad a este suceso boxístico, Orán fue también protagonista de
acontecimientos similares, el de “embargar”
las bolsas. Es cuestión de recorrer el espinel del pasado.
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