miércoles, 28 de diciembre de 2011

Tongo en Orán.

El boxeador porteño Carlos Rovira se hizo famoso en Salta, fuera del ring del Luna Park, por la recordada pelea con el oso de un circo. Ello provocó que el ingenio popular, que no  carece de límites, hiciera uso de la analogía. Cuidado con que un galán apareciese acompañando a una gordita por la galería Continental, donde se daba cita una batería de ociosos y atrevidos, los que sin piedad gritaban al novio “Rovira”. Y hablando de atrevidos, el propio Rovira era uno de ellos. Llegó a Orán con el cartel del hombre que había combatido con un oso -era el anzuelo de los “cabezas atadas” para que concurra más público- y muchos fueron “pescados”. Carlos Rovira debía cruzar guantes con otro afamado liviano, Gustavo Montenegro, pero a la hora de los “bifes”, los dos se hicieron los “osos”, y el tongo fue evidente. Ello ocurrió el 12 de mayo de 1956, día en que en Orán se produjo un escándalo de grandes proporciones. La Comisión Municipal de Orán, tras el informe del árbitro, suspendió a los dos tongueros, y se quedó con la recaudación. Cash, gracias, y vuelvan muchachos. Pero el drama era ese, el regresar a la capital, ya que ambos no tenían un “triste mango” ni siquiera para el mate cocido, lo más barato en menú. Cola en la municipalidad para ver si les “tiraban” unos pesitos para el pasaje y algo para “mordisquear”. A Montenegro y Rovira les faltaba el hábito para ser monjes, pues habían ayunado como estos en convento, y eso les daba derecho a parecerse a religiosos de claustro. En Orán también se “abusó” del “empatil” con estos dos trabajadores del ring, pero que se habían enfrentado de “mentirita”, aquella noche. Con posterioridad a este suceso boxístico, Orán fue también protagonista de acontecimientos similares, el de “embargar” las bolsas. Es cuestión de recorrer el espinel del pasado.

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