La mujer, el boxeo y aquella sentencia del comediógrafo, probablemente
cartaginés, Afer Terencio (195, 159 a . C): “Nada
de lo que es humano me está prohibido”. Por febrero de 1930
aterrizó por Salta, para
escandalizar a la sociedad, una peruana de armas llevar. Hablamos de un poco
más de ocho décadas ya, escuchen bien, seguidores de Carcaj. Y los salteños de
entonces, en especial los veteranos,
conocidos como “verdecitos” como la
“coca” también, tenían la oportunidad de apreciar “en vivo” las poderosas “chuncas”
de la pugilista inca, quién luciría riguroso pantalón corto, pero, ¿y arriba?, igual que ahora parroquianos, igual que
ahora, cuidado se les salte la cadena. La publicación expresaba que “Lía Saint Román ofrecerá esta tarde una exhibición con Filiberto Pizarro
(peruano, radicado en Salta), en el gimnasio Belgrano, entre Balcarce y 20 de
Febrero”. En India, hasta el Mahatma Gandhi, un gran liberal, al
referirse a un combate de boxeo entre dos mujeres,
hermanas, y para colmo de males, de la alta sociedad
o “casta”, lo llenó de desesperanza. Mahatma (“alma grande”) calificó el hecho como “algo degradante,
despreciable y totalmente indecoroso y contrario a los instintos refinados de
la mujer”. Mahatma murió asesinado en 1948 por un fanático de la secta Brahman,
perteneciente todos estos a la casta
superior de la India ,
encargada de la función sacerdotal. Pero, ¿qué produjo el rechazo del Mahatma?
La información del 24 de marzo de 1931, originada en Madrás (India), decía: “Las hermanas Kamala Bai y Sita Bai,
en mérito de haber tomado parte en un match de boxeo realizado durante las
fiestas de carnaval, corren el riesgo de ser rechazadas por la alta sociedad
(casta superior) a la que pertenecen. El espectáculo brindado por ambas
hermanas escandalizó aún a los hombres hindúes, quienes, durante más de dos
siglos han mantenido a sus esposas e hijas, en un estricto aislamiento”. (Para
la gran muchachada del boxeo eso significaba tener a las mujeres “concentrada
en el rancho, cocinando, lavando, atendiendo a lo crío y aminitrando lo poco
mango que le deja el negro ocioso i’marido que lo tienen”.)
El jueves 27 de febrero de 1930, se efectuó
la mentada exhibición de boxeo, que conmocionó a la pequeña ciudad de Salta de
esos años. A las 5 de la tarde, no cabía un alfiler y la algarabía reinaba
entre los aficionados locales. El negro peruano Filiberto Pizarro era la estrella de la tarde entre los varones. El
zurdo boxeador que deleitaba al público antes de la pelea con sus festejados
bailes, se las vio primero con Silvano
Chávez Castellanos en tres round académicos, para hacer lo mismo en seguida
con Rosario Sanguedolce. Y llegando
el momento más esperado de la jornada, la peruanita inca se calzó los guantes
de seis onzas, mientras que a Filiberto, su “paisano”, le dieron unos grandotes
de “veinte” onzas y no faltó el negro ocioso y pícaro de los que abundan en
todas partes, con una “salteñada”: “negro
eso lo son lo almuadone il clú i’lo cholo”. La crónica expresa que en el
primer round “... Lía entró en juego y
atacó a su “rival” con una lluvia de
golpes de ambas manos, llegando todos a destino con bastante precisión. Fueron
dos round muy aplaudidos. Después Lía realizó un round de bolsa, cosechando
aplausos”.
“Y como dijo el opa Guarida, sobre el pucho
la escupida”. Para que la mujer salteña no quedase mal parada ante la apuesta
dama deportista peruana, saltó las cuerdas la salteña María Magdalena Arjona (esa que “apenita soy Arjona”), para desafiar a la visitante a un combate “a sangre”, como en los “encuentros” de
comparsas, donde la Arjona había participado en la de Campo Caseros, en el
papel de “cautiva”, pero que al
momento de los “encuentros”, los changos liberaban a la “originaria” y a
ponerse a salvo de ella. La exhibición femenina quedó convenida para el sábado
1º de marzo, dos días más tarde de la sensacional y aplaudida actuación de la
visitante. Y 80 años más tarde nos
preguntamos: ¿se habrá realizado?, ¿fue la Arjona la primera boxeadora salteña? Todo un
misterio, aunque por entonces valía la pena averiguar si la mentada Arjona era
casada, y si su esposo era el sparring. Eso de realizar en desafío “a sangre”, le devenía a la Arjonita,
dama representante de los “pueblos originarios”, por sangre, de hecho; muchos
de sus antepasados habían combatido fieramente a los “conquistadores”, aunque
vanamente, pues estos, como decía el famoso mestizo “Paladar Negro”, eran “invasore con “sombrero i’fierro y saco i’acero” y la flecha se lo doblaban”. Quienes
vieron la demostración técnica de la belleza inca, finalmente, dejaron de lado
a la Arjonita, sugiriéndole que vuelva a la cocina a “pelear” con los platos,
ollas, locro, mote, tamales, empanadas, guisadilla y otros manjares, y de paso,
a lavar ropa. El promotor o promotores -solemnes maestros del “empate” y soberbios mentirosos como
políticos hasta la actualidad-, ni bien lanzó el “desafío sangriento” la
Arjonita, la “serenaron” programándole la pelea para el sábado en que se
iniciaba marzo, el mes de los “Idus”, tan vieja costumbre ésta, que nadie supo
explicar jamás que significaba eso. Después aparecieron otros meses con “Idus”.
Entrevistada la “originaria Arjona” se expresó muy suelta de lengua: “yo al negro ese que loa pelíao con la mina
esa, lo sacudo en do patada y lo rámio i’la mecha por medio i’la siya. A esa
mina se l’hago abrilo l’uña bien lo suene la campana esa que utede se loan
choríao a lo cura l’iglesia”. Sabios los promotores-políticos de antaño, conocedores
del “uñaje” de toda laya, abrieron el
paragua antes de la lluvia, porque en una de esa la originaria Arjonita
“apenita”, podía incendiar la ciudad.
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