miércoles, 21 de diciembre de 2011

Desde el Incanato una mina boxeadora

  La mujer, el boxeo y aquella sentencia del comediógrafo, probablemente cartaginés, Afer Terencio (195, 159 a. C): “Nada de lo que es humano me está prohibido”. Por febrero de 1930 aterrizó por Salta, para escandalizar a la sociedad, una peruana de armas llevar. Hablamos de un poco más de ocho décadas ya, escuchen bien, seguidores de Carcaj. Y los salteños de entonces, en especial los veteranos, conocidos como “verdecitos” como la “coca” también, tenían la oportunidad de apreciar “en vivo” las poderosas “chuncas” de la pugilista inca, quién luciría riguroso pantalón corto, pero, ¿y arriba?, igual que ahora parroquianos, igual que ahora, cuidado se les salte la cadena. La publicación expresaba que “Lía Saint Román ofrecerá esta tarde una exhibición con Filiberto Pizarro (peruano, radicado en Salta), en el gimnasio Belgrano, entre Balcarce y 20 de Febrero”. En India, hasta el Mahatma Gandhi, un gran liberal, al referirse a un combate de boxeo entre dos mujeres, hermanas, y para colmo de males, de la alta sociedad o “casta”, lo llenó de desesperanza. Mahatma (“alma grande”) calificó el hecho como “algo degradante, despreciable y totalmente indecoroso y contrario a los instintos refinados de la mujer”. Mahatma murió asesinado en 1948 por un fanático de la secta Brahman, perteneciente todos estos a la casta superior de la India, encargada de la función sacerdotal. Pero, ¿qué produjo el rechazo del Mahatma? La información del 24 de marzo de 1931, originada en Madrás (India), decía: “Las hermanas Kamala Bai y Sita Bai, en mérito de haber tomado parte en un match de boxeo realizado durante las fiestas de carnaval, corren el riesgo de ser rechazadas por la alta sociedad (casta superior) a la que pertenecen. El espectáculo brindado por ambas hermanas escandalizó aún a los hombres hindúes, quienes, durante más de dos siglos han mantenido a sus esposas e hijas, en un estricto aislamiento”. (Para la gran muchachada del boxeo eso significaba tener a las mujeres “concentrada en el rancho, cocinando, lavando, atendiendo a lo crío y aminitrando lo poco mango que le deja el negro ocioso i’marido que lo tienen”.)
  El jueves 27 de febrero de 1930, se efectuó la mentada exhibición de boxeo, que conmocionó a la pequeña ciudad de Salta de esos años. A las 5 de la tarde, no cabía un alfiler y la algarabía reinaba entre los aficionados locales. El negro peruano Filiberto Pizarro era la estrella de la tarde entre los varones. El zurdo boxeador que deleitaba al público antes de la pelea con sus festejados bailes, se las vio primero con Silvano Chávez Castellanos en tres round académicos, para hacer lo mismo en seguida con Rosario Sanguedolce. Y llegando el momento más esperado de la jornada, la peruanita inca se calzó los guantes de seis onzas, mientras que a Filiberto, su “paisano”, le dieron unos grandotes de “veinte” onzas y no faltó el negro ocioso y pícaro de los que abundan en todas partes, con una “salteñada”: “negro eso lo son lo almuadone il clú i’lo cholo”. La crónica expresa que en el primer round “... Lía entró en juego y atacó a su rival” con una lluvia de golpes de ambas manos, llegando todos a destino con bastante precisión. Fueron dos round muy aplaudidos. Después Lía realizó un round de bolsa, cosechando aplausos”.
  “Y como dijo el opa Guarida, sobre el pucho la escupida”. Para que la mujer salteña no quedase mal parada ante la apuesta dama deportista peruana, saltó las cuerdas la salteña María Magdalena Arjona (esa que “apenita soy Arjona”), para desafiar a la visitante a un combate “a sangre”, como en los “encuentros” de comparsas, donde la Arjona había participado en la de Campo Caseros, en el papel de “cautiva”, pero que al momento de los “encuentros”, los changos liberaban a la “originaria” y a ponerse a salvo de ella. La exhibición femenina quedó convenida para el sábado 1º de marzo, dos días más tarde de la sensacional y aplaudida actuación de la visitante.  Y 80 años más tarde nos preguntamos: ¿se habrá realizado?, ¿fue la Arjona la primera boxeadora salteña? Todo un misterio, aunque por entonces valía la pena averiguar si la mentada Arjona era casada, y si su esposo era el sparring. Eso de realizar en desafío “a sangre”, le devenía a la Arjonita, dama representante de los “pueblos originarios”, por sangre, de hecho; muchos de sus antepasados habían combatido fieramente a los “conquistadores”, aunque vanamente, pues estos, como decía el famoso mestizo “Paladar Negro”, eran “invasore con “sombrero i’fierro y saco i’acero” y la flecha se lo doblaban”. Quienes vieron la demostración técnica de la belleza inca, finalmente, dejaron de lado a la Arjonita, sugiriéndole que vuelva a la cocina a “pelear” con los platos, ollas, locro, mote, tamales, empanadas, guisadilla y otros manjares, y de paso, a lavar ropa. El promotor o promotores -solemnes maestros del “empate” y soberbios mentirosos como políticos hasta la actualidad-, ni bien lanzó el “desafío sangriento” la Arjonita, la “serenaron” programándole la pelea para el sábado en que se iniciaba marzo, el mes de los “Idus”, tan vieja costumbre ésta, que nadie supo explicar jamás que significaba eso. Después aparecieron otros meses con “Idus”. Entrevistada la “originaria Arjona” se expresó muy suelta de lengua: “yo al negro ese que loa pelíao con la mina esa, lo sacudo en do patada y lo rámio i’la mecha por medio i’la siya. A esa mina se l’hago abrilo l’uña bien lo suene la campana esa que utede se loan choríao a lo cura l’iglesia”. Sabios los promotores-políticos de antaño, conocedores del “uñaje” de toda laya, abrieron  el paragua antes de la lluvia, porque en una de esa la originaria Arjonita “apenita”, podía incendiar la ciudad.

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