martes, 27 de diciembre de 2011

Kid Chocolate perdió y encima lo “cascó” la madre

  Y esto de perder dos veces le sucedió por los años 50 al desaparecido y recordado Kid Chocolate, formador de varias generaciones de aficionados, los cuales le brindaron malas y buenas por igual en sus campañas. Resulta que Chocolate era cadete de la tienda Heredia y le gustaba el boxeo con locura. Caía al Luna Park de la calle Necochea  para quedar bajo las órdenes de otro grande ya desaparecido: Roberto Espeleta. Había pasado el tiempo, la bicicleta de reparto le brindaba a Chocolate el fondo aeróbico que complementaba con la gimnasia sueca del boxeo. Un buen día, el vasco Espeleta le dijo: “bueno, ya estás listo para combatir, para subir al ring en serio, ¿qué no?” Eso y decirle tenés bicicleta nueva y tuya, fue una sola cosa. Pero Chocolate tenía un gran problema: su madre. Como todo chango inquieto, la “había tanteado” a la vieja y ésta, contrariada, habló peste de “ese deporte loé sanguinario”, “lo deberían prohibilo”. ¿Que sabía de boxeo?, y alguito entendía la señora. Primer y gran obstáculo insalvable para las ambiciones boxísticas del aspirante. Esa tarde llegó consternado al gimnasio y en seguida todo el mundo sabía de la dificultad insalvable de Chocolate quien, en realidad, adoraba a su madre. Pero la solución la dio un colega un poco alejado del grupo, cuando le dijo “ponete otro nombre mataco, no te l’haguí problema, total tu vieja ni se lo va a enteralo siquiera”. Y Chocolate se puso en la tarea de rastrear un mote, mientras pedaleaba la bicicleta con el canasto lleno de pedidos de la tienda. No se sentía pantera, tigre, puma, salvaje, en fin, no quería escuchar las insinuaciones sinceras de sus colegas. No, él, Chocolate, se sentía más científico para el boxeo, no destructor. Por ahí escuchó en rueda de amigos, ajenos a él, en un bar en una mesa de personas mayores. Cada uno a su manera, desparramaba sobre la mesa sus conocimientos boxísticos. Y alguien ponderó a Kid Chocolate (Eligio Sardinas), el cubano de las grandes hazañas, un peso pluma excepcional, también motejado como “Cuban Bum Bum”, para meterle miedo a los nasos chatos de yankilandia.
  Y a Chocolate, le gustó el Kid Chocolate. Con ello creía haber salvado el gran obstáculo que significaba su progenitora. Comenzó a ser boxeador, ganando y perdiendo, porque del otro lado del “matacaje” originario, ninguno era “manco” tampoco. Él era feliz igual, estaba en lo que le gustaba. Pero el uso permanente de las situaciones, los combates seguidos, le fueron dando experiencia y eso, traducido al diario vivir, lo convirtió en “atrevidito”, no cuidando detalles importantes, como recibir visitas de amigos con narices torcidas. Escudado bajo el mote de Kid Chocolate se olvidó de que al Luna Park iban humanos bípedos como él, de todos los colores,  layas y “lengua”. Y alguien de ésta última casta encontró un día a la señora “mamá” del Chocolate y las felicitaciones por el hijo que tenía, llovieron a raudales. La pobre madre se imaginó que el hijo había sido ascendido a vendedor de tan importante tienda y que eso cambiaría su medio de vida. El informante, o “buchón”, ignorando la situación real, “largó” todo.
  Una noche, al Chocolate le tocaba como rival a otro “escondido”  o “incógnito” no originario, que portaba el mote de Kid Gavilán, en homenaje a otro púgil cubano, que nada decía, pero que a la hora de sopapear contendores, se mostraba “hijito” en la cuestión. Magullado por todos lados (por Gavilán) el pobre Chocolate, perdedor, se había sido recompuesto a duras penas en el rincón y cuando estuvo en condiciones de caminar, cruzó la soga y bajó la escalerita. No hizo más que poner la izquierda en el piso, cuando le cayó sobre su pobre lomo, cabeza, pantorrillas, uñas, callos, codos, nalgas, una lluvia de cachetazos y azotes por él conocidos, de origen “casero” por cierto, provenientes de su enfurecida madre que acompañaba a su accionar con duras reprimendas verbales. Si aquella “apenitas soy Arjona” quedó en proyecto unos años antes, esta señora hizo realidad el sueño de la “apenitas” Arjonita, aunque con su propio hijo y vecinos curiosos y comedidos.
  Lo mejor del caso, es que nadie podía contenerla y hasta se dio el lujo de “surtir” en su exaltación de lo lindo a muchos de los ociosos comedidos que nunca faltan. “Me loa calzao a mí la vieja”, “ni mi mama me loaconvidao como eta vieja”, “yo lo quería serenalo la cosa y mirá como lo tengo el brazo”, “a mí me loa surtió lindo y varíao”, “a mí me loa quesíao la caniya la veterana”, “mirameló a mí como lo tengo el tobiyo, como “acuyico” me loa dejao”, comentaban jocosamente los entrometidos que cayeron víctimas de la furia de la criolla madre de Chocolate para quien todos eran culpables. Dicen que toda comunidad cuenta siempre con memoriosos, y en éste caso, hubo necesidad de “hurgar el carcaj duro para encontrar uno de ellos y rescatar esta sabrosa anécdota que tuvo por escenario al añoso estadio del Luna Park de calle Necochea 731, allá por 1949-1950, hoy convertido en “bailongo” moderno de la “Balcarce”. El aporte artístico de Yerba, con su dibujo sobre esta recordación maravillosa sobre el boxeo, complementa el cuadro.

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