
Y a Chocolate, le gustó el Kid Chocolate. Con ello creía haber
salvado el gran obstáculo que significaba su progenitora. Comenzó a ser
boxeador, ganando y perdiendo, porque del otro lado del “matacaje” originario,
ninguno era “manco” tampoco. Él era feliz igual, estaba en lo que le gustaba.
Pero el uso permanente de las situaciones, los combates seguidos, le fueron
dando experiencia y eso, traducido al diario vivir, lo convirtió en
“atrevidito”, no cuidando detalles importantes, como recibir visitas de amigos
con narices torcidas. Escudado bajo el mote de Kid Chocolate se olvidó de que
al Luna Park iban humanos bípedos como él, de todos los colores, layas y “lengua”. Y alguien de ésta última
casta encontró un día a la señora “mamá”
del Chocolate y las felicitaciones por el hijo que tenía, llovieron a raudales.
La pobre madre se imaginó que el hijo había sido ascendido a vendedor de tan
importante tienda y que eso cambiaría su medio de vida. El informante, o
“buchón”, ignorando la situación real, “largó” todo.
Una noche, al Chocolate le
tocaba como rival a otro “escondido” o
“incógnito” no originario, que portaba el mote de Kid Gavilán, en homenaje a otro púgil cubano, que nada decía, pero
que a la hora de sopapear contendores, se mostraba “hijito” en la cuestión. Magullado por todos lados (por Gavilán) el
pobre Chocolate, perdedor, se había sido recompuesto a duras penas en el rincón
y cuando estuvo en condiciones de caminar, cruzó la soga y bajó la escalerita.
No hizo más que poner la izquierda en el piso, cuando le cayó sobre su pobre
lomo, cabeza, pantorrillas, uñas, callos, codos, nalgas, una lluvia de
cachetazos y azotes por él conocidos, de origen “casero” por cierto,
provenientes de su enfurecida madre que acompañaba a su accionar con duras
reprimendas verbales. Si aquella “apenitas
soy Arjona” quedó en proyecto unos años antes, esta señora hizo realidad el
sueño de la “apenitas” Arjonita,
aunque con su propio hijo y vecinos curiosos y comedidos.
Lo mejor del caso, es que
nadie podía contenerla y hasta se dio el lujo de “surtir” en su exaltación de lo lindo a muchos de los ociosos
comedidos que nunca faltan. “Me loa
calzao a mí la vieja”, “ni mi mama
me loa “convidao” como eta vieja”, “yo lo quería serenalo la
cosa y mirá como lo tengo el brazo”, “a
mí me loa surtió lindo y varíao”,
“a mí me loa quesíao la caniya la
veterana”, “mirameló a mí como lo
tengo el tobiyo, como “acuyico” me
loa dejao”, comentaban jocosamente los entrometidos que cayeron víctimas de
la furia de la criolla madre de Chocolate para quien todos eran culpables.
Dicen que toda comunidad cuenta siempre con memoriosos, y en éste caso, hubo
necesidad de “hurgar el carcaj”
duro para encontrar uno de ellos y rescatar esta sabrosa anécdota que tuvo por
escenario al añoso estadio del Luna Park de calle Necochea 731, allá por
1949-1950, hoy convertido en “bailongo”
moderno de la “Balcarce”. El aporte artístico de Yerba, con su dibujo sobre esta recordación maravillosa sobre el
boxeo, complementa el cuadro.
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