Y
esto de perder dos veces le sucedió por los años 50 al desaparecido y recordado
Kid Chocolate, formador de varias generaciones de aficionados, los cuales le
brindaron malas y buenas por igual en sus campañas. Resulta que Chocolate era
cadete de la tienda Heredia y le gustaba el boxeo con locura. Caía al Luna Park
de la calle Necochea para quedar bajo
las órdenes de otro grande ya desaparecido: Roberto Espeleta. Había pasado el
tiempo, la bicicleta de reparto le brindaba a Chocolate el fondo aeróbico que
complementaba con la gimnasia sueca del boxeo. Un buen día, el vasco Espeleta
le dijo: “bueno, ya estás listo para combatir, para subir al ring en serio,
¿qué no?” Eso y decirle tenés bicicleta nueva y tuya, fue una sola cosa. Pero
Chocolate tenía un gran problema: su madre. Como todo chango inquieto, la
“había tanteado” a la vieja y ésta, contrariada, habló peste de “ese deporte
loé sanguinario”, “lo deberían prohibilo”. ¿Que sabía de boxeo?, y alguito
entendía la señora. Primer y gran obstáculo insalvable para las ambiciones
boxísticas del aspirante. Esa tarde llegó consternado al gimnasio y en seguida
todo el mundo sabía de la dificultad insalvable de Chocolate quien, en
realidad, adoraba a su madre. Pero la solución la dio un colega un poco alejado
del grupo, cuando le dijo “ponete otro nombre mataco, no te l’haguí problema, total
tu vieja ni se lo va a enteralo siquiera”. Y Chocolate se puso en la tarea de
rastrear un mote, mientras pedaleaba la bicicleta con el canasto lleno de
pedidos de la tienda. No se sentía pantera, tigre, puma, salvaje, en fin, no
quería escuchar las insinuaciones sinceras de sus colegas. No, él, Chocolate,
se sentía más científico para el boxeo, no destructor. Por ahí escuchó en rueda
de amigos, ajenos a él, en un bar en una mesa de personas mayores. Cada uno a
su manera, desparramaba sobre la mesa sus conocimientos boxísticos. Y alguien
ponderó a Kid Chocolate (Eligio
Sardinas), el cubano de las grandes hazañas, un peso pluma excepcional, también
motejado como “Cuban Bum Bum”, para
meterle miedo a los nasos chatos de yankilandia.
Y a Chocolate, le gustó el Kid Chocolate. Con ello creía haber
salvado el gran obstáculo que significaba su progenitora. Comenzó a ser
boxeador, ganando y perdiendo, porque del otro lado del “matacaje” originario,
ninguno era “manco” tampoco. Él era feliz igual, estaba en lo que le gustaba.
Pero el uso permanente de las situaciones, los combates seguidos, le fueron
dando experiencia y eso, traducido al diario vivir, lo convirtió en
“atrevidito”, no cuidando detalles importantes, como recibir visitas de amigos
con narices torcidas. Escudado bajo el mote de Kid Chocolate se olvidó de que
al Luna Park iban humanos bípedos como él, de todos los colores, layas y “lengua”. Y alguien de ésta última
casta encontró un día a la señora “mamá”
del Chocolate y las felicitaciones por el hijo que tenía, llovieron a raudales.
La pobre madre se imaginó que el hijo había sido ascendido a vendedor de tan
importante tienda y que eso cambiaría su medio de vida. El informante, o
“buchón”, ignorando la situación real, “largó” todo.
Una noche, al Chocolate le
tocaba como rival a otro “escondido” o
“incógnito” no originario, que portaba el mote de Kid Gavilán, en homenaje a otro púgil cubano, que nada decía, pero
que a la hora de sopapear contendores, se mostraba “hijito” en la cuestión. Magullado por todos lados (por Gavilán) el
pobre Chocolate, perdedor, se había sido recompuesto a duras penas en el rincón
y cuando estuvo en condiciones de caminar, cruzó la soga y bajó la escalerita.
No hizo más que poner la izquierda en el piso, cuando le cayó sobre su pobre
lomo, cabeza, pantorrillas, uñas, callos, codos, nalgas, una lluvia de
cachetazos y azotes por él conocidos, de origen “casero” por cierto,
provenientes de su enfurecida madre que acompañaba a su accionar con duras
reprimendas verbales. Si aquella “apenitas
soy Arjona” quedó en proyecto unos años antes, esta señora hizo realidad el
sueño de la “apenitas” Arjonita,
aunque con su propio hijo y vecinos curiosos y comedidos.
Lo mejor del caso, es que
nadie podía contenerla y hasta se dio el lujo de “surtir” en su exaltación de lo lindo a muchos de los ociosos
comedidos que nunca faltan. “Me loa
calzao a mí la vieja”, “ni mi mama
me loa “convidao” como eta vieja”, “yo lo quería serenalo la
cosa y mirá como lo tengo el brazo”, “a
mí me loa surtió lindo y varíao”,
“a mí me loa quesíao la caniya la
veterana”, “mirameló a mí como lo
tengo el tobiyo, como “acuyico” me
loa dejao”, comentaban jocosamente los entrometidos que cayeron víctimas de
la furia de la criolla madre de Chocolate para quien todos eran culpables.
Dicen que toda comunidad cuenta siempre con memoriosos, y en éste caso, hubo
necesidad de “hurgar el carcaj”
duro para encontrar uno de ellos y rescatar esta sabrosa anécdota que tuvo por
escenario al añoso estadio del Luna Park de calle Necochea 731, allá por
1949-1950, hoy convertido en “bailongo”
moderno de la “Balcarce”. El aporte artístico de Yerba, con su dibujo sobre esta recordación maravillosa sobre el
boxeo, complementa el cuadro.
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